Ser eclesial.
EL MODO DE SER DE LA IGLESIA

No te enojes con la Iglesia (5)



Ser eclesial.
Domingo 12 de septiembre de 2004.

Autor: Paulino Quevedo.
Dr. católico, filósofo, laico y casado.


Hola, amigos:

La Iglesia existe en vistas a nuestra salvación, y dado su peculiar modo de ser debe haber males en Ella a fin de que pueda cumplir su misión.


Breve preartículo
Ser eclesial.
Puesto que la presente serie de artículos se apoya en la serie No te enojes con Dios, en nuestro actual primer artículo fue conveniente hacer una síntesis de aquella primera serie. En el segundo artículo vimos que el mejor de los mundos posibles es la Obra Magna de Dios en el mundo de la creación, tratando de vislumbrar la magnitud de lo que dicha Obra Magna puede abarcar. En el artículo tercero vimos que Dios hizo defectibles a sus creaturas y elaboramos una lista representativa, mas no exhaustiva, de los males que se han dado en la Iglesia. Y en el artículo anterior, que fue el cuarto, vimos las cinco grandes cegueras humanas: axiológica, hipostática, escatológica, soteriológica y pneumatológica.
Ser eclesial.
La serie presente pretende ayudar a comprender que no debemos enojarnos con la Iglesia debido a los males que vemos en Ella, porque Dios permite esos males a fin de lograr la mejor Iglesia posible, del mismo modo que permite los males del mundo a fin de lograr el mejor mundo posible.
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Fue conveniente, por tanto, presentar al menos una lista representativa de dichos males ya en el artículo tercero. En el artículo cuarto fue conveniente hablar de las grandes cegueras humanas porque debido al conjunto combinado de todas ellas se hace tan difícil entender el porqué de los males que se dan en la Iglesia. La ceguera madre, o fuente de las demás, es la pneumatológica; y la ceguera que aquí principalmente nos interesa es la soteriológica, es decir, la que nos impide ver el vivo proceso de la misión salvífica de la Iglesia, pese a todos los males que se dan en Ella.
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En este punto, y antes de seguir adelante, será muy conveniente hablar del modo de ser de la Iglesia, pues de no hacerlo así será muy difícil ponderar las consecuencias de los males que hay en Ella y cómo afectan a su misión salvífica.
Ser eclesial.
Aunque los artículos de esta serie pueden leerse independientemente, hay entre ellos una relación; debido a lo cual se aprovechará mejor la lectura de cada uno si se relaciona con la de los otros, que pueden encontrarse activando el vínculo que se ofrece en seguida:

No te enojes con la Iglesia Ser eclesial.


Cuerpo del artículo Ser eclesial.
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Aquí, en el inicio del cuerpo del artículo, lo mismo en éste que en los siguientes artículos de esta serie, reproduciré, para tenerla a la vista, la lista de 20 males que representativamente se han dado en la Iglesia a lo largo de su historia; lista que fue elaborada en el artículo Algunos males que se han dado en la Iglesia. De esta forma será más fácil referirse a cualquiera de ellos, por el número que ocupa en la lista, siempre que sea conveniente. He aquí la reproducción de la lista: Ser eclesial.

  1. Ya entre los Apóstoles, Judas traicionó al Señor, Pedro lo negó y todos lo abandonaron en la Cruz, excepto Juan.
  2. Aparecieron las herejías.
  3. Los Pastores adquirieron poder temporal.
  4. Los Pastores adquirieron riquezas y tierras.
  5. Se permitió que el pueblo fiel permaneciera en el analfabetismo, a pesar de que éste no existiera en el pueblo hebreo.
  6. La obra redentora dejó de enfocarse de manera antropocéntrica, porque equivocadamente la fueron enfocando de manera sacrocéntrica, y todo se fue haciendo difícil.
  7. La moral se fue haciendo rigorista y represiva, y también laxa; sobre todo rigorista y represiva en lo sexual, y laxa en lo referente a las riquezas.
  8. Los Pastores provocaron los dos grandes cismas, el de Oriente y el de Occidente.
  9. La Santa Sede adquirió ejércitos.
  10. Se lanzaron las Cruzadas.
  11. Se lanzó la Inquisición y millares de personas murieron en la hoguera.
  12. Los anatemas se usaron profusamente y se confundieron con definiciones dogmáticas, que son infalibles; y por eso se consideraron como infalibles algunas enseñanzas que no lo eran.
  13. Los Pastores implícitamente se declararon superiores a los simples fieles, anatematizando al que dijera que el celibato no es superior al matrimonio.
  14. Las facultades de Teología estuvieron cerradas a las mujeres y a los laicos prácticamente hasta el tiempo del Concilio Vaticano II.
  15. Se abrió la posibilidad de anular matrimonios en cantidades escandalosas; y muchas de esas anulaciones son verdaderos divorcios disfrazados, que han destrozado multitud de familias cristianas.
  16. Se han atropellado algunos derechos humanos, como el de libertad religiosa, el de opinión, el de expresión y el derecho a la información.
  17. Muchos Pastores se han hecho prepotentes, se han otorgado fueros a sí mismos y, entre ellos y el clero en general, han cometido muchos abusos y dado muchos escándalos.
  18. Se ha permitido, y hasta favorecido, la pena de muerte y la llamada guerra justa.
  19. La investigación teológica está en la actitud de "la bien pagada", exagerando el valor del tomismo y arrastrando doctrinas teológicas que hoy son insostenibles.
  20. Consecuencia del inciso anterior es el desprestigio de la Teología en el mundo científico de hoy.


La Iglesia no es una persona moral Ser eclesial.
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El hombre suele no entender el aparente fracaso de Cristo y de su Iglesia porque no acaba de entender a Cristo ni a su Iglesia. Pues bien, este no entender, o al menos este mal entendimiento, en parte se deriva de confundir a la Iglesia con una persona moral, y a Cristo con el fundador de la misma, como si Cristo fuera una especie moralizante de Henri Ford de la antigüedad. Indudablemente Cristo es el fundador de la Iglesia, pero es mucho más que eso, ya que es su Cabeza; y es su Cabeza porque la Iglesia es una persona mística, con una peculiar unidad ontológica propia, y no una persona moral. Cristo forma con la Iglesia un verdadero cuerpo místico, que es una Gran Familia unida por los lazos de la comunión de los santos.
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Las personas morales están formadas por personas físicas, pero no tienen unidad ontológica propia, sino sólo alguna unidad jurídica hecha de convenios humanos; en realidad no son auténticas personas, sino que se les llama personas sólo metafóricamente o por atribución analógica. Por eso las personas morales no tienen satisfacciones ni remordimientos, no pueden realmente gozar ni sufrir, ni actuar ni padecer; esto lo pueden y lo hacen las auténticas personas que las componen, ya se trate de personas físicas o místicas. Por tanto la Iglesia, por ser una persona mística, ciertamente puede gozar y sufrir, actuar y padecer; y en todos esos casos gozan o sufren, actúan o padecen, todos sus miembros: "¿Quién desfallece que no desfallezca yo? ¿Quién se escandaliza que yo no me abrase?" (2 Corintios 11, 29). Y este peculiar modo de ser de la Iglesia explica la solidaridad y la justicia con que se lleva a cabo el plan redentor de Dios.
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Habida cuenta de la gratuita elevación original de nuestra naturaleza a la vida sobrenatural, y de la situación de injusticia en que nos encontramos, a los descendientes de Adán sólo se nos hace debida justicia cuando somos hechos justos —santos—; y sólo somos hechos justos cuando se nos hace debida justicia. Y Dios nos hace justicia por ser el origen de toda justicia, y nos hace justos por ser el origen de la vida sobrenatural que nos santifica. Ahora bien, para que se nos haga justicia se nos debe retribuir lo que sin culpa personal perdimos, que es la vida sobrenatural que gratuitamente recibieron nuestros primeros padres, Adán y Eva; pero también debemos pagar por nuestras culpas personales.
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Además, lo que sin culpa personal perdimos lastima también al resto del cuerpo místico, lo mismo que nuestras culpas personales; como también las culpas de los otros miembros nos lastiman a nosotros: hay una solidaridad o peculiar unidad ontológica en toda la Iglesia. Y con los méritos sucede lo mismo, principalmente con los méritos de Cristo. Pues bien, aunque sea de una manera misteriosa, el plan redentor de Dios abarca todo lo que acabamos de decir, en plena justicia, y en todos los aspectos de la justicia. Procuremos analizarlo un poco.


La justicia en el plan salvador de Dios Ser eclesial.
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Dios quiere salvarnos cumpliendo toda justicia, y quiere que merezcamos nuestra salvación y eterna felicidad; esto también significa que quiere involucrarnos en nuestra propia salvación. Nosotros no podemos salvarnos por nosotros mismos, pero Dios ciertamente puede salvarnos, con o sin nuestra colaboración: bastaría que se nos diera a conocer lo suficiente. Sin embargo, Él quiere salvarnos con nuestra colaboración. Por tal motivo, Dios no ha querido pagar por nuestros pecados Él solo, sino encabezar un movimiento en el que nosotros paguemos por nuestros pecados junto con Él.
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Dios pudo lograr involucrarnos en nuestra propia salvación de modo que pagáramos por nuestros pecados por virtud suya, pero sin encarnarse. No obstante, Dios quiso que el Verbo se encarnara, porque quiso amarnos "hasta el fin" (Juan 13, 1); es decir, quiso desposarse con la humanidad amada, ésa que había sido creada tan amorosamente a su imagen y semejanza. Y lo logró mediante el expediente de que el Verbo Encarnado encabezara la gran familia humana que el pecado de Adán había roto, dando así origen a la Iglesia.
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Cristo nos ha redimido con toda su vida, desde que fue concebido hasta que murió y resucitó y subió al Cielo; y quiere que nosotros colaboremos en todo ese proceso redentor: que seamos concebidos y engendrados a la vida de la gracia, que nazcamos y crezcamos en esa misma vida, que nos eduquemos, que trabajemos, que padezcamos, que muramos y que finalmente resucitemos y vayamos al Cielo junto con Él, donde nos espera y nos ha preparado un lugar (cfr. Juan 14, 2-4). Pero Cristo quiso redimirnos principalmente por su Pasión, ya que al ser levantado en la Cruz quiso atraernos a todos hacia Él (cfr. Juan 12, 32-33), además de poner las bases del Sacrificio Eucarístico y de su presencia eucarística entre nosotros. Por tanto, conforme al plan redentor de Dios, es muy importante que nosotros colaboremos con Él, principalmente en la Pasión de Cristo: Ser eclesial.

"... por cuyo amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por estiércol, con tal de gozar a Cristo y ser hallado en Él no en posesión de mi justicia, la de la Ley, sino de la justicia que procede de Dios, que se funda en la fe y nos viene por la fe en Cristo; para conocerlo a Él y el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos, conformándome a Él en la muerte por si logro alcanzar la resurrección de los muertos" (Filipenses 3, 8-11).

"... habéis de alegraros en la medida en que participáis en los padecimientos de Cristo, para que en la revelación de su gloria exultéis de gozo" (1 Pedro 4, 13).

"Porque así como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo, así por Cristo abunda nuestra consolación" (2 Corintios 1, 5).

"Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y cumplo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia" (Colosenses 1, 24).


Cumplir lo que falta a los padecimientos de Cristo
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Es indudable que Cristo quiere que participemos en su Pasión; pero San Pablo dice algo muy fuerte: cumplo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo. ¿Cómo puede faltarle algo a la Pasión de Cristo? ¿Acaso no dijo al morir: "Todo está cumplido"? (Juan 19, 30). Pero San Pablo añade: por su cuerpo, que es la Iglesia. Aquí tenemos los datos para intentar profundizar un poco más en el conocimiento de la Iglesia. Todo está cumplido, y aun así algo falta por cumplir. ¿Qué es lo que está cumplido, y qué lo que falta por cumplir?
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Está cumplido lo que Cristo tenía que hacer y padecer en su vida terrena: ¡por eso lo dijo precisamente antes de morir! Por tanto, en la Cruz quedó cumplido lo que Cristo tenía que hacer y padecer como Cabeza de la Iglesia: ¡eso no podía ser completado por San Pablo, ni por nosotros, ni por nadie! Entonces, lo que falta por cumplir, por su cuerpo, que es la Iglesia, es lo que el cuerpo místico tiene que hacer y padecer; y eso ciertamente puede ser completado por San Pablo, y también por todos y cada uno de nosotros, los miembros del cuerpo místico.
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Ésa es la forma en que colaboramos con Cristo en nuestra propia redención, que es la Redención de todo el cuerpo místico. La Pasión de Cristo tiene dos partes o aspectos: el de la Cabeza y el del cuerpo místico. La Cabeza ya cumplió con su parte: el Inocente ya padeció por los culpables. Ahora hace falta, en plena justicia, que los culpables también padezcan: hace falta que el cuerpo místico cumpla con su parte —corredimiendo— en cada uno de sus miembros. Por eso en este mundo el rostro visible de la Iglesia es con frecuencia desalentador, como lo fue la crucifixión de Nuestro Señor, porque las consecuencias del pecado son visibles en este mundo, mientras que los méritos redentores no lo son —ceguera soteriológica—: "lo esencial es invisible para los ojos" (El Principito, de Saint-Exupéry).
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Aun así, la Iglesia siempre avanza en el designio divino de salvar a la humanidad. Y cuando el cuerpo místico cumpla con su pasión parecerá que todo está perdido, como lo pareció cuando Cristo fue crucificado —ceguera soteriológica—; pero precisamente entonces la Iglesia tendrá su triunfo completo, del mismo modo que lo tuvo Cristo. Consignémoslo en forma de tesis: Ser eclesial.

"En este mundo el rostro visible de la Iglesia es con frecuencia desalentador, como lo fue la crucifixión de Nuestro Señor, porque las consecuencias del pecado son visibles en este mundo, pero los méritos redentores no lo son; y aun así la Iglesia siempre avanza en el designio divino de salvar a la humanidad" (Quevedo, P., San José, tesis 420).

"Para que la Redención quede completa es justo e indispensable que el cuerpo místico de la Iglesia —compuesto por los culpables— corredima y sufra también una Pasión, como la sufrió su Cabeza —el Inocente— que es Cristo; y entonces parecerá que todo está perdido, como lo pareció cuando Cristo fue crucificado; pero precisamente entonces la Iglesia tendrá su triunfo completo, del mismo modo que lo tuvo Cristo" (San José, tesis 421).


En la Iglesia tiene que haber males
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Aquí no se pretende explicar por qué la Iglesia es como es, sino sólo ayudar a comprender que en la Iglesia —tal como Ella es— tiene que haber males, supuesto que Dios quiere realizar su Obra Magna o el mejor de todos los mundos posibles. Y debe quedar claro que esos males no son queridos por Dios, sino sólo permitidos. En efecto, la misión salvífica de la Iglesia se fundamenta en la Pasión de Cristo, y también en la pasión del cuerpo místico, donde el dolor se convierte en cruz. Y como no puede haber dolor sin males, en la Iglesia tiene que haber males a fin de lograr cumplir su misión de salvación. Se trata de muchos males, como puede apreciarse en la lista de arriba.
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La Pasión de Cristo ya quedó cumplida, pero la pasión del cuerpo místico deberá prolongarse hasta la segunda venida de Cristo; y durante todo ese tiempo en la Iglesia tendrá que haber cruces, que son dolores, y en consecuencia también tendrá que haber males. Esto es lo que debemos comprender, en vez de escandalizarnos de que haya males en la Iglesia. En efecto, si no los hubiera, la Iglesia, tal como de hecho es, no podría cumplir su misión salvadora.
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Hemos visto que Dios, debido a su magnanimidad, por la que usa el criterio de maximizar los bienes —y no el de minimizar los males—, ha decidido crear el mejor de todos los mundos posibles, su Obra Magna, y que a tal fin ha hecho defectibles a sus creaturas. Y así, creó defectible también al hombre, y éste pudo pecar, y su primer pecado pudo transmitirse a toda la humanidad. Pero Dios no quiso dejarnos solos, ni en el pecado de la humanidad ni en los males que conlleva la realización de su Obra Magna; y decidió que el Verbo Divino se encarnara en Cristo, y que Cristo viviera entre nosotros y muriera en la Cruz; y de tal modo Dios nos acompaña y nos salva.
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Surge por tanto un segundo modo de acompañar nosotros a Dios, que es el de colaborar con Él y acompañarlo en la realización de su Obra Magna, en la que se incluye el modo ya conocido de acompañarlo, que es acompañarlo en su Pasión. De tal manera se comprende que la creación y redención del hombre sea sólo parte de la Obra Magna de Dios; también existen los ángeles, y quizá existan seres inteligentes extraterrestres. Se abre así la posibilidad y el anhelo de acompañar a Dios en toda su Obra Magna, y no sólo en la parte que a nosotros nos corresponde. En el siguiente artículo de esta serie veremos cómo los males ayudan a la Iglesia en su misión salvífica.


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