Perdiendo persona.
ESTAMOS PERDIENDO A LA PERSONA

La vida se nos ha hecho difícil (10)


Perdiendo persona.
Domingo 8 de abril de 2001.

Autor: Paulino Quevedo.
Dr. católico, filósofo, laico y casado.


Hola, amigos:

No estamos perdiendo a la persona, porque la persona no puede perderse.


Breve preartículo
Perdiendo persona.
Lo que podríamos estar perdiendo es el conocimiento de lo que la persona es, y el adecuado trato que debemos darle conforme a su dignidad y derechos. Pero tampoco estamos perdiendo eso, por la sencilla razón de que nunca lo hemos tenido, dejando a salvo muy pocas excepciones. Procuraré explicarme.

La inmensa mayoría de los seres humanos nunca ha sabido qué es la persona; en consecuencia, tampoco sabe cómo tratarla. Con la persona no sucede lo que le sucedía a San Agustín con el tiempo; pues él decía saber lo que es el tiempo, mientras no se lo preguntaran; pero si se lo preguntaban, entonces no lo sabía. Ciertamente él tenía una noción verdadera de lo que es el tiempo, mas no la podía precisar, como también nos sucede a nosotros. Pero no sucede lo mismo con la persona; en este caso ni siquiera tenemos de ella una noción verdadera; lo que tenemos es la palabra persona, y la repetimos de memoria, y también repetimos de memoria la frase de que “la persona tiene dignidad y derechos”; pero no entendemos lo que decimos, aunque creamos entenderlo y por ello nos sintamos un tanto civilizados.
Perdiendo persona.
Lo que acabo de decir puede sonar muy fuerte, ofensivo, casi insultante. ¡Nada más lejos de mi intención! Simplemente quiero mostrar estas verdades evitando eufemismos, dado lo importante y delicado del tema. La realidad de la persona es eterna, por el sólo hecho de que en Dios hay personas. El concepto humano de persona fue elaborado por Boecio allá en el siglo VI. Posteriormente, sin embargo, todos los esclavistas de alcurnia se sentirían ofendidos si les dijéramos que ni saben ni entienden qué es la persona, y que, lo que dicen, lo repiten de memoria. Pero así es, ni lo saben ni lo entienden; de no ser así, no sólo serían ignorantes, sino también malvados.

Entre miles de ejemplos, elijamos el siguiente sólo por su claridad. Los estadounidenses sureños de principios del siglo XX se consideraban personas civilizadas y cultas ―en muchos aspectos realmente lo eran―, y creían conocer la realidad y el concepto de persona; simplemente pensaban que los negros carecían de la dignidad y derechos correspondientes. Hoy es obvio que: o bien eran unos malvados, o bien desconocían el concepto y la realidad de lo que la persona es. Quizás algunos de ellos hayan sido ignorantes y malvados a la vez, pero lo razonable es inclinarse a pensar que eran principalmente ignorantes, en el tema de la persona, tanto en lo teórico como en lo práctico. Tenían el atenuante de haber sido educados así por sus padres, y por sus abuelos, y por sus bisabuelos...
Perdiendo persona.
Aunque los artículos de esta serie pueden leerse independientemente, hay entre ellos una relación; debido a lo cual se aprovechará mejor la lectura de cada uno si se relaciona con la de los otros, que pueden encontrarse activando el vínculo que se ofrece en seguida:

La vida se nos ha hecho difícil


Cuerpo del artículo
Perdiendo persona.
Hoy casi todos reconocen que los negros son auténticas personas, y que su esclavitud fue un atropello a su dignidad y derechos. Sin embargo, no para todos es tan claro que no pueda haber personas de segunda clase, o de segunda mano, o de segundo uso. Así lo testifican las diversas clases sociales y el hecho de que las mujeres hayan sido consideradas de segunda mano después de perder su virginidad. Estos son ejemplos patentes, palmarios, y no faltarán quienes reconozcan esta verdad y se lleven las manos a la cabeza pensando: ¡Es una barbaridad que todavía haya gente así!

Mas la verdad es que quizá nadie se escape de la imputación de atropellar la dignidad y los derechos de las personas de manera continua y sistemática. Así ha venido sucediendo en la economía del trueque, posteriormente refinada como economía del dinero, es decir, en un mundo que funciona con dinero. Así sucede incluso en la actualidad, cuando los derechos humanos están en boga más que nunca.


Violaciones a los derechos humanos
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Consideremos algunos de esos derechos fundamentales, como casa, vestido y sustento, que se refieren directamente a la vida de las personas; y consideremos también a una persona cualquiera. Entonces, esa persona, ¿por qué tiene derecho al alimento, por su dignidad de persona o por su posición económica? Por su dignidad de persona, obviamente: ¡vaya pregunta! Aun así, el alimento se compra con dinero, y la inmensa mayoría de las personas que no tienen ese poco dinero no pueden conseguir su alimento, y más de ocho millones mueren de hambre cada año, es decir, unas mil personas cada hora. Y ―cambiando lo que hay que cambiar― lo mismo puede decirse de la casa y del vestido, y de la atención médica, y de la educación, y de todo lo que se compra con dinero.

¿Qué significa todo esto? Significa, sencillamente, que la dignidad y los derechos se los estamos dando al dinero, no a la persona. Si se presenta en una tienda un mendigo hambriento y sin dinero, no conseguirá la despensa; si se presenta un robot con dinero, ciertamente la conseguirá, aunque no se sepa de quién es el robot. El tendero entrega la despensa a cambio de dinero, no en vista de necesidades y derechos humanos; por eso también le entrega la despensa a una persona bien comida, si tiene dinero, mientras que se la niega a una persona hambrienta, si no tiene dinero: ¡lo que manda es el dinero! En nuestro mundo el dinero importa más que las personas; es lo que dice el viejo refrán: ¡Tanto tienes, tanto vales!
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Indudablemente, la persona sin dinero con frecuencia puede conseguir su alimento, pero por caridad, no por justicia; no como un derecho, sino como una limosna; es decir, el precio de conseguirlo es el de ser atropellada en su dignidad. Tal es la tremenda realidad de nuestro mundo desde que tenemos noticia histórica de él. Si con la guerra se gana dinero, hay que hacer la guerra, aunque mueran las personas.

Además del dinero, la dignidad y los derechos de las personas son violados por muchos otros motivos. Pero basta el motivo del dinero para comprender que se trata de un atropello universal, practicado por todos, quizá con algunas rarísimas excepciones. Es claro, por tanto, que: o bien la humanidad entera es malvada, o bien la humanidad desconoce la realidad de la persona y ni siquiera tiene una noción verdadera de ella, a diferencia de lo que sucede con la realidad del tiempo, volviendo al ejemplo de San Agustín. Pero la humanidad entera no es malvada; luego, desconoce la realidad de la persona. ¡Nunca la ha conocido! Tan sólo por eso, por no tenerlo, no puede perder tal conocimiento.


¿Qué son las personas?
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De manera muy sencilla y breve digamos que las personas son los seres espirituales, que, por lo mismo, son inteligentes y conscientes de los valores: ser, verdad, bien, belleza, unidad, etcétera. Los sordos no gozan del mundillo de la música, porque no pueden oírla. De manera semejante, ni los minerales ni los vegetales ni los animales gozan del mundillo de los valores, porque no los conocen, ya que carecen de intelecto.
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Las personas son los seres que tienen intelecto, y que por eso son capaces de conocer y gozar el mundillo de los valores: la existencia, la ciencia, la moral, el arte, la amistad, etcétera. Las personas son también irrepetibles, insubstituibles, libres, y capaces de trabajar, de amar y de odiar. Su dignidad proviene de su capacidad de conocer su propia valía, dada la estrechísima unión que tienen con los valores; y sus derechos surgen precisamente de esa dignidad.
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Por eso las personas merecen ser respetadas y amadas. Además, como la persona se fundamenta en un ser espiritual ―simple y sin partes―, no puede ser destruida; sólo puede ser aniquilada ―vuelta a la nada en su integridad―, cosa que únicamente Dios puede hacer, aunque nunca lo haga de hecho. Por eso las personas no pueden perderse. Basten por ahora estas breves nociones.


Análisis del dinero como violador de dignidades y derechos
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Lo tremendo de todo esto es darnos cuenta de que vivimos en un mundo donde la dignidad y los derechos de las personas son atropellados continua y sistemáticamente, al menos por ser un mundo que se mueve con dinero, como refinamiento de una economía de trueque. ¿Podrían evitarse estos males conservando la economía basada en el dinero? ¿Cómo?

Analicemos por qué el dueño de la tienda le niega el alimento al hambriento sin dinero, aunque el hambriento tenga derecho al alimento por su dignidad de persona. Si le diera el alimento debido a su dignidad y derechos, por los mismos motivos tendría que obrar igual con todos los hambrientos que llegaran a su tienda, que serían innumerables, y pronto se quedaría sin mercancía y sin dinero, y sin medios para generar dinero; lo cual, en una economía de dinero, hará que también él y su familia pasen a ser hambrientos.
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Es muy claro que el modo de obrar del tendero se debe a razones de seguridad, suya y de su familia. En una economía de dinero el tendero debe dar el alimento a cambio de dinero, y no en vista de necesidades y derechos humanos. Lo que falla no es tanto el tendero, sino el sistema, la economía del dinero.
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La invención de la moneda no fue algo bueno, como usualmente se piensa, sino uno de los mayores males que la humanidad ha tenido que padecer. Es razonable que Cristo haya dicho que no es posible servir a Dios y al dinero. Aun así, sigue siendo verdad que nadie está obligado a lo imposible, y que vivimos en una economía de dinero, y que no la podemos cambiar. Aunque todo el mundo quisiera acabar con la economía del dinero, no es claro cómo podría lograrlo. Y mucho menos puede lograrlo una sola persona o un grupo de personas.


La economía del dinero
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En nuestra economía, que es la economía del dinero, el problema es conseguir el dinero para comprar el alimento, y la casa, y el vestido, y todo lo demás. Este problema provoca presiones y tensiones cada vez mayores sobre las personas, las familias, las asociaciones, las naciones y sobre la sociedad mundial entera.

Pese a ello, todos le seguimos el juego a la economía del dinero y nos hacemos esta pregunta: ¿cómo conseguiré el dinero para comprar mi alimento? Casi nadie se resiste a hacerle el juego a la economía del dinero formulando esta otra pregunta: ¿cómo lograr que a cada persona se le proporcione su alimento con motivo de su dignidad, y no del dinero que tenga? Si pudiéramos lograr esto, sin duda tendríamos una sociedad mejor, porque desaparecería la presión del dinero, que viola los derechos y la dignidad de las personas.
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Lo peor de todo es que no estamos ante una cuestión de inteligencia, de conocimientos, sino principalmente de voluntad, de decisiones. Lo peor de todo es que la economía del dinero nos guste, que la prefiramos a otras economías posibles y mejores; que nos molestemos ―hasta la furia agresiva― ante el solo planteamiento realista de poder cambiar la economía del dinero por otra economía mejor, como si no pudiera haber otra economía mejor y como si ese solo planteamiento fuera una soberana estupidez. Este tipo de actitudes, que suelen provenir de los ricos y poderosos, son las que hacen prácticamente imposible que se formulen siquiera los planteamientos tendientes a buscar una economía mejor.
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En tal estado de cosas, sólo nos queda buscar la forma de defendernos de la economía del dinero viviendo en medio de ella. Y entonces, en ausencia de la justicia y del derecho debidos, resulta indispensable recurrir a la caridad y a la limosna, y a muchas otras formas de ayuda que humillan y lastiman en su dignidad a las personas necesitadas, a fin de poder proporcionarles los bienes indispensables para la subsistencia. Otra forma de defendernos de la economía del dinero consiste en substraernos de ella en la medida de lo posible, al menos parcialmente y sin molestar a nadie; es decir, consiste en lograr una especie de oasis en medio de las crecientes presiones de la economía del dinero.


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