JURISDICCION Y JERARQUIA EN LA IGLESIA
Religión torpe vs modelo (7)



En la Iglesia Católica hemos tenido hasta la fecha una jerarquía de jurisdicción, que es causa de muchos problemas de autoridad, como que los sacerdotes quieran subir en dicha jerarquía a fin de lograr mayor autoridad, en vez de querer evangelizar cada vez mejor.

Mucho nos gustaria tener una Iglesia como la que tuvimos en tiempos de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Quisiéramos perseverar en evangelizar, en nuestra unión, en la fracción del pan y en la oración (Cf. Hechos 2).

Quisiéramos vivir haciendo serenamente nuestro trabajo sin preocuparnos de qué comeremos, beberemos y nos vestiremos, buscando el reino de Dios y su justicia, esperando que Dios nos dé todo eso por añadidura, y sin preocuparnos por el día de mañana (Cf. Mateo 6. 25-34).

Pero hoy no es así. Hoy tenemos una Iglesia peregrina o militante muy elaborada, muy complicada y politizada; incluso se dice que la política mundial se queda corta comparada con la política eclesiástica. Hace pocos siglos los estados pontificios, más todos los terrenos diocesanos, catedrales, monasterios, conventos, etcétera, eran un significativo porcentaje de los bienes del mundo conocido en occidente.

Construimos tremendas catedrales mientras muchos del pueblo carecían y siguen careciendo de lo necesario. Hoy el Papa es soberano absoluto del Estado Vaticano, y en cada diócesis la iglesia particular tiene figura jurídica en el país donde se encuentra. La Iglesia universal —la peregrina— tiene aceptación en la ONU, y el Papa interviene en la política mundial. Parece que se nos olvida que Jesús nunca quiso que lo nombraran rey, y que no tenía dónde reclinar su cabeza (Cf. Lucas 9, 57-58).

Hoy estamos divididos en católicos, ortodoxos y protestantes, y sin encontrar la forma de volver a la unidad, que tanto anheló Jesús (Cf. Juan 17, 20-23). Él también nos envió a bautizar y enseñar a todas las gentes —del mundo— todo lo que nos había mandado (Cf. Mateo 28, 19-20); es decir, a que vivieran el cristianismo razonablemente bien: oír Misa los domingos, frecuentar sacramentos, amar al prójimo, etcétera. Pero hoy, dos milenios después, vive el cristianismo razonablemente bien —aproximadamente— sólo un 0.4 % de la población mundial. O sea que no hemos hecho prácticamente nada de lo que Jesús nos pidió.

Y resulta que hoy (año 2023) la Iglesia —la peregrina— está muy desprestigiada. ¿Por qué será? Pues claro, porque los cristianos, pastores y ovejas, no hemos hecho nuestro deber; nos hemos portado muy mal, principalmente los pastores, porque ellos arrastran a las ovejas.

Lo cual justifica que todos, curas y laicos, hagamos una crítica y autocrítica objetiva, positiva y constructiva, a fin de ayudar a que se corrija lo que haya que corregir, y que nuestra Iglesia —la peregrina— vuelva a ser una Iglesia santa.

Lograr todo esto en nuestros tiempos es considerado hoy como una utopía.


Lo que molesta a los que se han separado del Papa

Sabemos que los romanos crearon y desarrollaron el derecho, y lo correspondiente a la jurisdicción, y que a ésta la usaron en la estructura legal del Imperio. Y como Constantino aceptó el cristianismo —mucho para lograr la unidad de su Imperio—, inició el llamado cesaropapismo: que los césares quisieran tener también la máxima autoridad eclesiástica.

De hecho Constantino convocó el Concilio de Nicea y estuvo sancionando a obispos. De otra parte, influyó en que la Iglesia tuviera una estructura jerárquica semejante a la del Imperio. Esto provocó que la Iglesia adoptara la autoridad de jurisdicción, y que incluso se propiciara el papocesarismo: que los Papas quisieran tener también la máxima autoridad civil, tal como sucedió principalmente en la edad media. Y a la jerarquía de la Iglesia le gustó o le resultó conveniente copiar la estructura del Imperio Romano.

En la Iglesia la autoridad de jurisdicción no gusta a los que se han separado del Papa. Obviamente ellos ven esa autoridad como afán de poder: poder para mandar y prohibir (legislaciones, derecho canónico, etcétera), poder para premiar (canonizaciones, etcétera) y poder para castigar (excomuniones, etcétera).

No les gusta estar bajo el dominio de Papas que gobiernen con autoridad de jurisdicción. La jurisdicción, que es indispensable en los gobiernos civiles —se debe poder mandar, prohibir y sancionar en este mundo— no es indispensable en los gobiernos religiosos. En éstos es preferible alguna autoridad de tipo más bien moral: en vez de mandar, recordar lo que Cristo mandó; en vez de prohibir, recordar lo que Cristo prohibió; en vez de premiar, recordar lo que Cristo prometió premiar; en vez de castigar, recordar lo que Cristo prometió castigar.

En efecto, es mejor que lo que se deba juzgar en lo religioso, lo sancione Cristo, en esta vida o en la futura. Y que lo que se deba juzgar en lo civil, lo juzguen y sancionen las autoridades civiles, aunque se trate de sacerdotes. No es razonable, por ejemplo, que los sacerdotes pederastas se queden sin las debidas sanciones tan sólo por ser sacerdotes, a quienes los obispos puedan simple y ocultamente cambiarlos de parroquias o de diócesis.

Convendría que religiosos, sacerdotes, obispos y Papas tuvieran alguna autoridad de tipo moral, y no de jurisdicción. De tal forma sería factible volver a la unidad de todos los cristianos.

Pretender que en la Iglesia Católica se cambie la autoridad de jurisdicción por alguna autoridad moral es algo considerado hoy como una utopía.


Tenemos una jerarquía de jurisdicción

En la Iglesia —la peregrina— nuestra jerarquía es una jerarquía legal, con autoridad de jurisdicción, como en el Imperio Romano. Esto no ha gustado a quienes se han separado del Papa. Lo que necesitamos es tener sólo alguna autoridad de tipo moral —no mandar sino recordar lo que Cristo mandó, etcétera—, y así tener una “jerarquía” amable, sin jurisdicción, una especie de minijerarquía. De tal modo a los que se han separado, y también a los Papas, se les podrá impulsar a cumplir el anhelo de Cristo de que todos estemos unidos, de nuevo y siempre.

Nuestra jerarquía de jurisdicción maneja mucho poder hacia la cumbre, y fomenta que los sacerdotes quieran hacer carrera subiendo en ella por jurisdicción; e incluso fomenta el papocesarismo. En el pasado nuestra jerarquía llegó a ser muy grande:

1. Papa

2. Cardenales

3. Conferencias episcopales

4. Arzobispos

5. Obispos

6. Párrocos

7. Presbíteros

8. Diaconado

9. Subdiaconado

10. Ostiariado

11. Lectorado

12. Exorcistado

13. Acolitado

(Pueblo)

(Y prefiero no mencionar nombramientos de poca importancia o secundarios, como abades, abadesas, monseñores, priores, prioras, protonotarios apostólicos supernumerarios, canónigos, vicarios y mil etcéteras).

Posteriormente se retiraron varias órdenes menores de la jerarquía: subdiaconado, ostiariado, lectorado, exorcistado y acolitado. Aun así, se sigue fomentando que los sacerdotes quieran hacer carrera y subir en la jerarquía, y que los gobernantes civiles quieran tener también la influyente autoridad eclesiástica (cesaropapismo). Nuestra jerarquía sigue siendo grande:

1. Papa

2. Cardenales

3. Conferencias episcopales

4. Arzobispos

5. Obispos

6. Párrocos

7. Presbíteros

8. Diáconos

(Pueblo)

Queda claro que las órdenes retiradas eran de institución humana, y no de institución divina. Y en esta última jerarquía también son de institución humana cardenales, conferencias episcopales, arzobispos y párrocos. Si los retiramos la jerarquía se hace menor:

1. Papa (sacerdote)

2. Obispos (sacerdotes)

3. Presbíteros (sacerdotes)

4. Diáconos

(Pueblo)

El pueblo es el ser humano, que no fue instituido, sino creado por Dios. Si nos remontamos a la Última Cena ahí están sólo Jesucristo y los apóstoles, entre los que está Pedro (primer futuro Papa). Y Jesucristo instituye el sacramento del orden sacerdotal haciendo sacerdotes a todos los apóstoles; lo cual nos deja lo siguiente:

1. Pedro (sacerdote y primer Papa)

2. El resto de los apóstoles (sacerdotes)

(Pueblo)

Y cabe la pregunta: ¿de  dónde surgen nuestros actuales obispos, presbíteros y diáconos? Jesucristo instituyó el orden sacerdotal para que los apóstoles (sacerdotes) —que tendrían que morir— pudieran propagar a futuro su función sacerdotal. Es decir, para que ellos pudieran ordenar —para el futuro— a otros sacerdotes semejantes a ellos, a los que después se decidió —humanamente— llamarles obispos. Lo cual nos deja la siguiente jerarquía:

1. Pedro (obispo y futuros Papas)

2. El resto de los apóstoles (obispos y futuros obispos)

3. Presbíteros ¿de dónde surgen y qué son?)

4. Diáconos ¿de dónde surgen y qué son?

(Pueblo)

Analicemos primero a los presbíteros.

¿Qué son los presbíteros? Se responde que los presbíteros son sacerdotes ordenados por los obispos. ¿Y por qué no son semejantes a ellos, obispos también? Y a esto se responde que los obispos son sucesores de los apóstoles, pero que los presbíteros no son sucesores de los apóstoles. ¿Y por qué, cómo es esto?

A esto se responde que los obispos tienen la plenitud del sacerdocio, y que los presbíteros no tienen la plenitud del sacerdocio, por lo que los presbíteros sólo pueden ejercer su sacerdocio (no pleno) gracias a la autorización de los obispos; o mejor, cada presbítero sólo puede ejercer su sacerdocio (no pleno) gracias a la autorización de su obispo (el obispo de la diócesis donde vive).

O sea que algún obispo lo ordenó voluntariamente como sacerdote disminuido (presbítero), que no tiene la plenitud del sacerdocio, y que sólo puede ejercer su sacerdocio (no pleno) gracias a una autorización (la de su obispo). Sí, así como suena, como si el obispo fuera dueño o jefe de su presbítero.

O sea que el obispo de una diócesis es obispo de los presbíteros que viven en su diócesis; mismos que requieren su autorización para ejercer su sacerdocio (no pleno).

¿Es esto lo que Jesucristo quiso en la Última Cena? Claro que no. Él quiso que los apóstoles —que tendrían que morir— ordenaran a futuro a sacerdotes semejantes a ellos para que el sacerdocio se propagara; y no que ordenaran a unos sacerdotes menores que ellos (que se llamaran presbíteros), y a otros sacerdotes semejantes a ellos (que se llamaran obispos).

¿Acaso Jeuscristo en la Última Cena instituyó dos sacramentos referentes al orden sacerdotal? Uno para que los obispos (sucesores de los apóstoles) pudieran ordenar a otros obispos semejantes a ellos. Y otro para que los obispos pudieran ordenar (voluntariamente) a sacerdotes disminuidos, llamados presbiteros (no sucesores de los apóstoles), que sólo pudieran ejercer su sacerdocio (no pleno) obedeciendo la autorización de su obispo. No. En la Última Cena Jesucristo instituyó un solo sacramento referente al orden sacerdotal, no dos.

¿O acaso Jesucritso quiso que el único sacramento referente al orden sacerdotal que instituyó en la Última Cena tuviera un efecto doble? Uno para que los sacerdotes sucesores de los apóstoles ordenaran a otros sacerdotes semejanates a ellos en todo. Y otro para que algunos sucesores de los apóstoles —autoproclamándose obispos— decidieran a voluntad ordenar a sacerdotes disminuidos, que habrían de llamarse presbíteros, quienes ni serían sucesores de los apóstoles, ni tendrían la plenitud del sacerdocio. Claro que Jesucristo tampoco quiso esto.

Todo lo cual implicaría que la autorización del obispo hace pleno el sacerdocio de su presbitero, temporal y territorialmente, a fin de que éste pueda ejercer su sacerdocio (temporalmente pleno) durante el tiempo que su obispo se lo permita.

¿Cómo puede ser que el sacramento del orden sacerdotal, instituido por Jesucristo, pueda disminuirse —dejando de otorgar plenitud sacerdotal— por voluntad de un obispo? ¿Cómo puede un obispo disminuir el sacramento instituido por Jesucristo a fin de que no otorgue plenitud, como si ese obispo tuviera el poder de hacer que Jesucristo otorgue sus dones a medias? ¡Imposibe!

Y obviamente, al hacer lo imposible, ese obispo ya tendría a su servicio a un presbítero a quien mandar. Conveniente, ¿no? ¿Conveniente para quién? ¡Para quien tiene afán de poder! Y esto, que parece teología ficción, es la cruda y ruda realidad que vivimos desde hace siglos; desde que a algún sacerdote o a varios sacerdotes (¿obispos?) se les ocurrió la conveniente idea de ordenar a sacerdotes disminuidos (presbíteros) que fueran menores que ellos, que no fueran sucesores de los apóstoles y que no tuvieran la plenitud del sacereocio. Esto es abuso de poder (de poder de jurisdicción). ¿Afán de poder?

En todo esto podemos ver cómo los autoproclamados obispos mangonean el sacramento del orden sacerdotal —instituido por Jesucristo— usándolo como un instrumento para poner y quitar clericalmente lo que les venga en gana, como las órdenes clericales mayores y menores —diáconos, subdiáconos, ostiariados, etcétera—, y además conforme a sus propios intereses.

La realidad es que sólo hay un Papa (sacerdote sucesor de Pedro), y muchos otros sacerdotes (todos ellos sucesores de los apóstoles), sin distinguir sacramentalmente obispos y presbíteros. Esta distinción fue un invento humano, además de imposible. Así se explica, en parte, que hoy nos encontremos en el gran escándalo que he llamado crisis del incumplimiento en el artículo Religión torpe al hablar de los escándalos.

¿Cómo ha sido posible que en la Iglesia se haya vivido así, haciendo lo imposible? ¿Y cómo se ha podido vivir con las consecuencias de todo eso? La respuesta está en un postulado que se usa para resolver problemas insolubles: La Iglesia suple (o mejor: Dios todo lo puede).

Y obsérvese que este postulado pudo manejarse —¿inventarse?— porque en la Iglesia —la peregrina— se dan problemas insolubles, como el de obispos que ordenan presbíteros, y otros más. Y pese a eso, la Iglesia sigue adelante —porque Dios todo lo puede—, pero sin lograr convencer a muchos, sobre todo a los que piensan.

Claro que al multiplicarse los cristianos fue necesario organizar la Iglesia peregrina, y que para eso pudieran asignarse misiones administrativas o religiosas a algunos laicos o sacerdotes, y que a algunos de esos sacerdotes —por decisión humana— se les llamara también obispos. Pero una cosa es organizar la Iglesia y asignar nombres a algunas funciones, y otra cosa, muy  diferente, es mangonear sacramentos para que logren fines diferentes de los que Jesucristo instituyó.

Nefastas consecuencias de tener obispos y presbíteros

Veamos las consecuencias de lo que estamos viviendo desde hace siglos. Los presbíteros (simples sacerdotes) buscan servir al pueblo fiel mediante los sacramentos y la ayuda espiritual, es decir, buscan la salud de las almas (autoridad moral). En cambio, los llamados obispos (supuestamente únicos sucesores de los apóstoles) buscan lo mismo, pero también algo más: ser obedecidos por sus presbíteros (autoridad de jurisdicción).

Y si en el mundo los obispos son unos cinco mil, y los clérigos son como medio millón, en promedio a cada obispo le corresponden unos cien clerigos, a quienes tiene que gobernar con autoridad de jurisdicción. Y claro que a los obispos no les queda suficiente tiempo para buscar la salud de las almas (Cristo eligió sólo a 12 apóstoles). Así los obispos se convierten en administradores de una empresa clerical; y además todo indica que eso es lo que les gusta hacer.

De hecho, los presbíteros suelen vivir con una hermana, o con una tía, ecétera, o en alguna casita que hayan logrado rentar. En cambio, los obispos no viven en ese tipo de casitas; ellos suelen vivir en palacios episcopales, aunque Cristo no tuviera dónde reclinar su cabeza (Cf. Mateo 8, 20); y también acaban haciéndose servir, aunque Cristo no haya venido a ser servido, sino a servir (Cf. Mateo 8, 20; y 20, 28). Conveniente, ¿no? Me refiero a que les guste administrar. (Siempre hay honrosas excepciones).

Pero lo peor de todo es que teniendo tales obispos, y con autoridad de jurisdicción, se crea una jerarquía de muchos niveles —y con el tiempo cada vez más niveles— con una autoridad creciente hacia la cumbre. Y así se fomenta que los presbíteros quieran subir en esa jerarquía, que quieran hacer carrera eclesiástica para tener poder y llegar a ser obispos, y a vivir en palacios episcopales, etcétera. (Siempre hay honrosas excepciones).

Y todavía hay más. Cuando los presbíteros llegan a ser obispos su sacerdocio (no pleno) se convierte en sacerdocio pleno; es decir, la plenitud de su sacerdocio se "compra" haciendo carrera eclasiástica, y con la ulterior consecuencia de convertirse en sucesores de los apóstoles. Todo cada vez más conveniente, ¿o no? Y además se promueve el cesaropapismo, y el que los obispos intervenagan en política civil (papocesarismo), y que la Iglesia —la peregrina— tienda a convertirse en una ONG (Organización No Gubernamental).

Pero no todo es malo; también hay algo bueno: que así se pueda explicar por qué después de dos milenios los cristianos estemos en el gran escándalo de la crisis del incumplimiento, es decir, que estemos divididos en católicos, ortodoxos y protestantes; y que sólo hayamos logrado que un 0.4 % de la población mundial sean cristianos razonablemente buenos (ver artículo Religión torpe al hablar de los escándalos).

Finalmente, hay algo muy bueno. El análisis de los obispos, de su autoridad de jurisdicción y de la gran jerarquía que fomentan, no sólo es algo que nos permite comprender muchos males de la Iglesia peregrina, sino que también nos permite comprender la forma de remediar dichos males, e incluso nos impulsa a hacerlo, o al menos a intentarlo sin descanso.

Analicemos ahora a los diáconos.

El surgimiento de los diáconos clericales proviene de la idea de que, después de la Ascención de Cristo al Cielo, algunos hechos o dichos de los Apóstoles —o sus sucesores— han sido de institución divina. ¿Cuáles? Pues, los que la jerarquía así lo determine, con su gran autoridad de jurisdicción.

Pensemos en la elección de Matías en sustitución de Judas (Cf. Hechos 1, 21-26). Para la elección del que sustituiría a Judas fueron presentados dos varones bien probados: José, llamado Barsabás, y Matías. Y los Apóstoles oraron al Señor para que mostrara a cuál de los dos elegiría. "Echaron suertes sobre ellos, y cayó la suerte sobre Matías, que quedó agregado a los once Apóstoles".

Los doce Apóstoles fueron elegidos por Jesús. Nadie puede ser Apóstol si no es elegido por Jesús. Sin embargo los Apóstoles eligieron a Matías como Apóstol, para completar el número de los doce, porque interpretaron que debido a su oración el Señor actuaría sobre los instrumentos de esas suertes, que pudieron ser unos dados o algo semejante. Así, pues, se consideró que Matías fue elegido Apóstol por institución divina. ¿Sería así? Parece que no; al menos no que nada claro.

Si así fuera, ¿para qué organizar unos cónclaves tan complicados y tan costosos para elegir un Papa? Podría elegirse en menos de un día, con una ferviente oración de pocos obispos, un cubilete y unos dados. Esto puede parecer una broma, y de muy mal gusto, pero no lo es. Lo importante es enterarse de que, una vez ascendido Jesús al Cielo, las actuaciones y los dichos de los Apóstoles —o sus sucesores— han podido y han solido ser interpretadas como algo de institución divina.

Vayamos al caso de la institución de los diáconos, incluido San Esteban. Ante una reclamación referente al servicio de las mesas los Doce dijeron que no era razonable que ellos abandonaran el ministerio de la palabra de Dios para servir a las mesas. Y pidieron que se eligieran siete varones de buena fama para constituirlos sobre el ministerio del servicio de las mesas. Fue bien aceptada la propuesta por todos y eligieron a San Esteban y seis varones más, "a los cuales presentaron ante los Apóstoles, y haciendo oración les impusieron las manos" (Hechos 6, 6).

Así fue como se formaron los diáconos. Luego se estableció que el diaconado surgió por institución divina como orden clerical. Pero no había motivo para sostener eso. Si así fuera, los Apóstoles podrían haber seleccionado unos buenos cocineros, orar por ellos e imponerles las manos, para de tal modo hacer surgir el cocinerado por institución divina como otra orden clerical; y lo mismo seleccionar unos buenos barrenderos para hacer surgir el barrenderado por institución divina como otra orden clerical. Y así todo lo que se quiera. Y esto tampoco es una broma de mal gusto.

El diaconado no surgió por institución divina, ni es una orden clerical, como tampoco lo fueron las supuestas órdenes clericales que se retiraron: subdiaconado, ostiariado, lectorado, exorcistado y acolitado. Nada más observemos todo lo que se pone y quita mangoneando el sacramento del orden sacerdotal. Y así, una vez analizados los diáconos, nos queda la siguiente minijerarquía:

1. Pedro (sacerdote y futuros Papas)

2. Los demás Apóstoles y sacerdotes sucesores de los Apóstoles.

(Pueblo)


Esta minijerarquía o hipojerarquía, si sólo tuviera autoridad moral —sin manejar jurisdicción— no crearia nuevos niveles jerárquicos, ni fomentaría el papocesarismo, ni que los sacerdotes quisieran hacer carrera eclesiástica. Los llamados obispos serían sacerdotes normales con alguna misión temporal de supervisión u organización, pero sin ninguna diferencia de jurisdicción clerical.

Los sacerdotes normales —los únicos que hay con excepción del Papa— no requerirían autorización de nadie para ejercer su sacerdocio; ellos recibirían de los llamados obispos sólo supervisión y asesoramiento, no mandatos ni prohibiciones. En la Última Cena Jesús no habló de obispos. Jesús es Sumo y Eterno Sacerdote, no Sumo y Eterno Obispo. 

Respecto a la candente discusión actual de las posibles sacerdotisas ministeriales, hay un argumento contundente. En este mundo todo sacerdote ministerial es una extensión de Jesucristo, que fue, es y será siempre varón. Por tanto, únicamente los varones pueden ser sacerdotes ministeriales.

Pretender que en nuestro tiempo la jerarquía de la Iglesia acepte lo que aquí se ha dicho es hoy algo considerado como una utopía.


El peligro de la actual jerarquía de la Iglesia peregrina

El Papa Pablo VI dijo que por alguna grieta el humo de Satanás había entrado al interior de la Iglesia (la peregrina). Y así ha sido. Sabemos que los principales enemigos de la Iglesia —masonería y comunismo—, al no poder destruirla desde afuera, están intentando destruirla también desde adentro.

Sabemos que estos enemigos han elegido y siguen eligiendo cientos de jóvenes de entre ellos, y bien adoctrinados, para que entren a seminarios a fin de convertirse en sacerdotes. Y luego que, ya como sacerdotes, hagan todo lo posible para alcanzar puestos de autoridad, como obispos, cardenales, y si fuera posible Papas. Esto ya está sucediendo, y en la actualidad tenemos obispos y cardenales infiltrados.

Les hemos puesto en bandeja de plata la posibilidad de llegar a ser obispos con autoridad de jurisdicción. Y estamos viendo cómo estos obispos infiltrados están dificultando el ministerio de los buenos sacerdotes, y que incluso los están suspendiendo; y que a los sacerdotes infiltrados les están ayudando a que lleguen a ser obispos y cardenales. Les hemos puesto en bandeja de plata la posibilidad de que intenten destruir la Iglesia desde adentro. Y esa bandeja de plata es la actual jerarquía de la Iglesia —peregrina— con su autoridad de jurisdicción.

En un tiempo se habló de las Santas Cruzadas; y hoy hablamos de las nefastas cruzadas. En un tiempo se habló de la Santa Inquisición; y hoy hablamos de la nefasta inquisición. Hoy hablamos de la Santa Jerarquía; y dentro de poco estaremos hablando de la nefasta jerarquía, que es la bandeja de plata que les estamos ofreciendo a los enemigos de la Iglesia para que intenten destruirla desde adentro.

Parece que no aprendemos de la historia de la Iglesia. Así como la historia de la humanidad parece ser la historia de las guerras, la historia de la Iglesia parece ser la historia de las herejías. La mayoría de las herejías han sido promovidas, o sostenidas, o históricamente repetidas por obispos, con su autoridad de jurisdicción. Y hoy los obispos infiltrados, que al menos gobiernan con autoridad de jurisdicción sobre sus presbiteros, están suspendiendo a muchos de los buenos sacerdotes o dificultándoles su ministerio; y están impulsando a los sacerdotes infiltrados para que lleguen a ser obispos y cardenales.

Si se reconociera que la actual jerarquía no es la Santa Jerarquía, sino la nefasta jerarquía, y se lograra que el Papa disminuyera nuestra gran jerarquía de modo que los obispos —auténticos o infiltrados— no tuvieran autoridad de jurisdicción sobre nadie, los obispos infiltrados no tendrían autoridad para hacer lo que están haciendo. Pero claro, eso supondría que los Papas reconocieran también sus errores doctrinales; y eso supondría una humildad que parecen no haber logrado. (Hay honrosas excepciones).

En nuestro tiempo, pretender que se logre lo que aquí se propone, hoy es algo considerdo como una utopía.


Tremenda realidad judeocristiana y mundial

Supongo que al leer esto muchos y muchas estarán pensando muy mal de mí, o que incluso me estarán considerando un hereje. Pero no es así, yo (Paulino) no soy un hereje; soy católico: acepto la Biblia católica (la Vulgata), el Credo, a la Virgen María y a San José, al Papa Francisco, al sacerdocio y los sacramentos. Y espero que después de leer lo que en este apartado diré, cambien de opinión y se pongan a reflexionar y a vivir seriamente su cristianismo.

Aquí arriba he criticado la jerarquía de la Iglesia militante o peregrina con argumentos fuertes. Y en otros lugares he criticado otros aspectos de esta misma Iglesia, con argumentos no tan fuertes pero ciertamente razonables. Al menos así me lo parece. En lo que sigue diré lo más fuerte de todo, pero lo justificaré con argumentos sumamente fuertes, apoyados en los derechos de Dios.

En lo que a continuación diré y criticaré me estaré refiriendo a las fallas, a los hechos, a las ideologías o doctrinas, sin juzgar a las personas, a sus conciencias, que sólo Dios conoce. Además quiero aclarar que en todo lo que critique hay siempre honrosas excepciones.

Dios eligió un pueblo, el pueblo hebreo, como consta en el Antiguo Testamento. Dios ama a su pueblo, a pesar de que sea un pueblo rebelde, de dura cerviz; así lo muestran las siguientes citas:

  • "Ya veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz" (Éxodo 32, 9).
  • "Sube a la tierra que mana leche y miel, pero ya no subiré en medio de ti, porque eres un pueblo de dura cerviz, no sea que te destruya en el camino" (Éxodo 33, 3).
  • "Porque este pueblo es un pueblo rebelde, son hijos fementidos, que no quieren escuchar la Ley de Yavé" (Isaías 30, 9).

El pueblo de Dios muchas veces le fue infiel a Dios. Sin embargo Dios siempre ama y le es fiel a su pueblo:

  • "Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda la tierra de que os he hablado se la daré a vuestros descendientes en eterna posesión" (Éxodo 32, 13).
  • "Porque la palabra del Señor es recta; y toda su obra es fiel" (Salmos 33, 4).
  • "Confiad siempre en Yavé, pues Yavé es la roca eterna" (Isaías 26, 4).
  • "¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos a la manera que la gallina reúne a sus polluelos bajo la alas, y no quisiste!" (Mateo 23, 37).
  • "¿Y qué si algunos no creyeron? ¿Acaso su infidelidad anulará la fidelidad de Dios?" (Romanos 3, 3).
  • "Si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo" (2 Timoteo 2, 13).

Dios no quiso dirigirse de entrada a toda la humanidad, sino que eligió a un pueblo, al pueblo hebreo, para iniciar su revelación a la humanidad; y sólo después, y a través de su pueblo —al que gobernaba de manera directa sirviéndose de patriarcas y jueces y más— se dirigiría al resto de la humanidad. Pero su pueblo le fue infiel y no quiso que Dios los gobernara, y a través de Samuel pidió un rey humano para que los gobernase, como vimos en el artículo No quisimos que Dios nos gobierne.

Y ahí mismo vimos que Dios le dijo a Samuel que les diera el rey humano que pedían. Pero Dios, molesto con su pueblo por tal motivo, decidió no gobernarlos de manera directa hasta la segunda venida al mundo de su Hijo Jesucristo. Como si Dios pensara: a ver cómo les va haciéndome a un lado y gobernándose a sí mismos (sensibilidad divina).

Y como Dios pensaba dirigirse a toda la humanidad a través del pueblo hebreo, lo referente al pueblo hebreo ha afectado, afecta y afectará a toda la humanidad; es decir, no sólo el pueblo hebreo ha tenido y tendrá que gobernarse a sí mismo hasta la segunda venida de Jesucriso, sino que lo mismo sucederá con el resto de la humanidad, que de hecho venía gobernándose a sí misma desde tiempo atrás. O sea que el resto de la humanidad seguirá gobernándose a sí misma también hasta la segunda venida de Jesucristo.

Y como Dios ama a su pueblo y le es fiel, se nos ha revelado que en el futuro los motivará y los perdonará, atrayéndolos de nuevo a Sí (aunque nosotros no sepamos cómo). Consideremos atentamente los dos siguientes pasajes:

  • "Vienen días, palabra de Yavé, en que yo haré una alianza nueva con la casa de Israel y la casa de Judá; no como la alianza que hice con sus padres, cuando tomándolos de la mano los saqué de la tierra de Egipto; ellos quebrantaron mi alianza y yo los rechacé, palabra de Yavé. Esta será la alianza que yo haré con la casa de Israel en aquellos días, palabra de Yavé: Yo pondré mi ley en ellos y la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo. No tendrán ya que enseñarse unos a otros ni exhortarse unos a otros, diciendo: Conoced a Yavé, sino que todos me conocerán, desde los pequeños a los grandes, palabra de Yavé; porque les perdonaré sus maldades y no me acordaré más de sus pecados" (Jeremías 31, 31-34; Cf. Hebreos 8, 8-12).
  • "Mas ellos, de no perseverar en la incredulidad, serán injertados, que poderoso es Dios para injertarlos de nuevo. Porque si tú fuiste cortado de un olivo silvestre y contra naturaleza injertado en un olivo legítimo, ¡cuanto más éstos, los naturales, podrán ser injertados en el propio olivo! Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no presumáis de vosotros mismos: que el endurecimiento vino a una parte a Israel hasta que entrase la plenitud de las naciones; y entonces todo Israel será salvo, según está escrito: «Vendrá de Sión el Libertador para alejar de Jacob las impiedades. Y ésta será mi alianza con ellos cuando borre sus pecados».
       "Por lo que toca al Evangelio, son enemigos por vuestro bien; más según la elección, son amados a causa de los padres, que los dones y la vocación de Dios son irrevocables. Pues así como vosotros algún tiempo fuisteis desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por su desobediencia, así también ellos, que ahora se niegan a obedecer para dar lugar a la misericordia a vosotros concedida, alcanzarán a su vez misericordia. Pues Dios nos encerró a todos en la desobediencia para tener de todos misericordia. ¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios!" (Romanos 11, 23-33).

Ahora repito lo que dije unos párrafos arriba: "Como si Dios pensara: a ver cómo les va haciéndome a un lado y gobernándose a sí mismos (sensibilidad divina)".

¿A ver cómo nos va? Veamos.

En lo civil: proliferación de naciones, gobernantes civiles nefastos: egoístas, déspotas, corruptos, tiranos, dictadores, masones, comunistas, guerreros, asesinos, genocidas, ladrones, violadores, narcotraficantes, escandalosos, mentirosos, hipócritas; pena de muerte, exilios, cárceles con cadena perpetua, divorcios, educación estatal exclusiva, no reconocer errores, no aceptar la libertad religiosa, etcétera. (Siempre hay honrosas excepciones).

En lo religioso: proliferación de religiones y de sectas, confesiones cristianas múltiples, Papas ineptos (Siglo de Hierro y la llamada Pornocracia, Cruzadas, Inquisición), jerarquía con autoridad de jurisdicción, excomuniones y otros castigos, canonizaciones y otros premios, obispos autoritarios —bandeja de plata para obispos masones y comunistas dentro de la Iglesia—, clericalismo malo, evangelización raquítica, muy pocos sacerdotes, fieles dispersos desatendidos, familias y laicos hechos menos, promoción de nulidades matrimoniales, pastoral negligente, mucho sacerdocio administrativo, desobedecer a la Virgen María respecto a dar a conocer el secreto de Fatima en 1960, posponer y posponer las aprobaciones de las apariciones marianas de Garabandal y Medjugorje, no reconocer errores doctrinales, varios tipos de escándalos, mentiras, hipocresías, presuponer la ignorancia religiosa del laicado, muchos dicen saber de buenas fuentes que el Papa Juan Pablo I fue asesinado en el vaticano, etcétera. (Siempre hay honrosas excepciones).

La naturaleza respeta siempre los derechos de Dios; ángeles y humanos no siempre. ¡No!: revoluciones, guerras mundiales, dictaduras, tiranías, genocidios, exilios, pena de muerte, hambrunas, masonería, comunismo, drogadicción, relativismo, inmoralidad generalizada, ideología de género, ateísmo, trata de personas y de blancas, cultura de la muerte; contaminación de la tierra, del agua y del aire; la naturaleza reacciona cuando se le trata mal: pestes, pandemias, marabuntas y plagas, incendios, volcanes, terremotos, tornados, sequías, huracanes, tormentas, inundaciones, tsunamis, explosiones solares, asteroides, etcétera. ... Dios mío ... ¡perdón! ... ¡piedad! ... ¡perdón!

¡Así nos va!

He sacado a la luz las violaciones de los derechos divinos al no querer los hombres que Dios reine sobre ellos. Y como decimos en español: ¡que se tomen una copa de su propio chocolate! Y mejor: ¡que nos tomemos una copa de nuestro propio chocolate! ... Dios mío ... ¡perdón! ... ¡piedad! ... ¡perdón!

Es mejor que Dios reine sobre nosotros.

  • Paganos: "Nolumus hunc regnare super nos": "No queremos que éste reine sobre nosotros" (Lucas 19, 14).
  • Cristianos: Volumus Hunc regnare super nos: Queremos que Éste reine sobre nosotros.
  • San Miguel: "Serviam": "Serviré".
  • Satanás: "Non serviam": "No serviré".
  • San Miguel: "Quis ut Deus?": "¿Quién como Dios?"
  • Soberbios: Quis ut Ego?: ¿Quién como Yo?

Que quede claro —aunque yo hable con aplomo— que todo lo que digo son reflexiones a modo de sugerencias con el fin de colaborar con el Magisterio de la Iglesia en cuestiones teológicas.

¿Corregir lo que se requiere? Más y más utopías.


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