Celibato y matrimonio.
SAGRADA TRADICION, COSTUMBRES Y EXEGESIS

No te enojes con la Iglesia (14)



Celibato y matrimonio.
Domingo 14 de noviembre de 2004.

Autor: Paulino Quevedo.
Dr. católico, filósofo, laico y casado.


Hola, amigos:

El carácter apasionado de San Pablo, junto con su gran autoridad, han sido causa indirecta e injustificada de que se haya pensado que la superioridad del celibato sobre el matrimonio está revelada por Dios.


Breve preartículo
Celibato y matrimonio.
En los artículos anteriores hemos estado analizando algunos textos de San Pablo en relación a la supuesta superioridad del estado de celibato por amor al Reino de los Cielos o celibato real —de realeza— sobre el estado conyugal o de matrimonio; veíamos que no hay fundamentos sólidos para sostener que tal superioridad esté revelada por Dios. También hicimos algo de exégesis sobre los textos pertinentes de San Pablo, quien menciona haber pasado por muchos peligros, de mares y de ríos, de azotes, etcétera. Nos falta hacer algunos comentarios más sobre San Pablo, sus cartas y su temperamento.
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Notablemente, los peligros de mares y de ríos y de azotes son peligros y tribulaciones en sí mismos. Para quienes tienen la vocación matrimonial la famosa tribulación de la carne no lo es en sí misma, sino sólo como consecuencia del pecado original. Las tareas conyugales y familiares son buenas y agradables en sí mismas, y han sido queridas por Dios desde el principio; en cambio, sin pecado original no habría misiones extrafamiliares, porque éstas son un remedio para el pecado.
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Aunque los artículos de esta serie pueden leerse independientemente, hay entre ellos una relación; debido a lo cual se aprovechará mejor la lectura de cada uno si se relaciona con la de los otros, que pueden encontrarse activando el vínculo que se ofrece en seguida:

No te enojes con la Iglesia Celibato y matrimonio.


Cuerpo del artículo Celibato y matrimonio.
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No voy a reproducir, tampoco en este artículo, la lista de 20 males que fue elaborada en el artículo Algunos males que se han dado en la Iglesia, pues en esta ocasión tampoco nos será de utilidad.
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San Pablo no quería librar al hombre del amor conyugal, ni de la colaboración procreadora con Dios a fin de darle hijos, ni del amor paterno, ni del amor materno, ni del amor filial, ni del amor fraterno, ni de la educación en los valores, ni del crecimiento en comunión de personas, ni del caminar juntos hacia Dios. Entonces, ¿por qué ha sido costumbre, tradicionalmente, favorecer una exégesis en la que no se valoran estas maravillosas realidades al comparar el matrimonio con el celibato real, sino que preferentemente se habla de la renuncia a los placeres de la carne y a la concupiscencia carnal? Procuraremos responder a esta pregunta en el presente artículo.


El temperamento apasionado de San Pablo Celibato y matrimonio.
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Sin detrimento para su santidad, es verdad que Pablo fue un hombre de ideas persistentes, pues no hubo forma de que las cambiara más que tirándolo del caballo y dejándolo ciego (cfr. Hechos 9, 1-9). También fue un hombre apasionado y temperamental; recordemos cómo colaboró a la muerte de Esteban (cfr. Hechos 7, 54-60), cómo persiguió a la Iglesia de Dios ( cfr. Hechos 8, 3; 9, 1-3), y también las formas de expresión que llegó a usar:

    "que no coma" (2 Tesalonicenses 3, 10), Celibato y matrimonio.
    "que se rape" (1 Corintios 11, 6), Celibato y matrimonio.
    "que [la mujer] se mantenga en silencio" (1 Timoteo 2, 12), Celibato y matrimonio.
    "que vengan ellos [los lictores] y nos saquen" (Hechos 16, 37),
    "entrego a ese tal a Satanás" (1 Corintios 5, 4-5), Celibato y matrimonio.
    "con éstos, ni comer" (1 Corintios 5, 11)

y muchas otra frases que nos dan a conocer su fuerte carácter y temperamento. Carácter y temperamento al que debemos agradecer, de otra parte, la ingente labor apostólica que realizó entre judíos y gentiles, y de la que nos beneficiamos nosotros hasta el día de hoy. Pero una cosa es que agradezcamos a su modo de ser todo el apostolado que hizo, y otra cosa —muy distinta— es que pasemos por alto ese peculiar modo de ser en la exégesis de la Sagrada Escritura; ya que podríamos atribuir a Dios afirmaciones o negaciones, mandatos o expresiones, que provienen del temperamental Pablo. Dios suele elegir a hombres apasionados:

    Adán cayó por Eva (cfr. Génesis 3, 6), Celibato y matrimonio.
    Noé se emborrachó (cfr. Génesis 9, 21), Celibato y matrimonio.
    Moisés rompió las tablas (cfr. Éxodo 32, 19), Celibato y matrimonio.
    Sansón se perdió por Dalila (cfr. Jueces 16, 4-21), Celibato y matrimonio.
    David pecó por Betsabé (cfr. 2 Samuel 11, 1-27), Celibato y matrimonio.
    Elías se burló sarcásticamente de los sacerdotes de Baal (cfr. 1 Reyes 18, 7-40), Celibato y matrimonio.
    Pedro quiso caminar sobre las aguas (cfr. Mateo 14, 22-33)
    ...
    ¡Los apasionados hacen la historia! Y Dios lo sabe muy bien:
    "Ojalá fueras frío o caliente" (Apocalipsis 3, 16)... y Pablo era caliente.

Por tales motivos, es indudable que la personalidad de Pablo, junto con todo su apostolado y todas sus cartas, dejó una impronta imborrable en las comunidades cristianas que fundó, y después también en toda la cultura cristiana.


Influencia de San Pablo en algunas tradiciones cristianas humanas
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La importante labor evangelizadora de San Pablo dio lugar a que surgieran muchas costumbres y tradiciones cristianas, y también a que la Sagrada Tradición recibiera un fuerte impulso. Tal impulso tuvo frutos importantes en los primeros concilios ecuménicos y en la formulación dogmática de la doctrina trinitaria, cristológica y mariológica. Pero también es verdad que las costumbres cristianas fueron configurándose como auténticas tradiciones cristianas humanas o tradiciones de nuestros mayores, y que tales tradiciones han podido confundirse con la Sagrada Tradición, que es una Fuente de la Revelación. Ahora bien, la posibilidad de dicha confusión representa un serio peligro para toda la vida cristiana de la Iglesia. Es bien sabido que la costumbre llega a convertirse en tradición, y que también llega a hacerse ley. Mas no por eso toda costumbre o tradición o ley es de origen divino, aunque se haya iniciado en las primeras comunidades cristianas, como pudieron ser las que Pablo fundó. Es preciso, por tanto, esmerarse en distinguir la Sagrada Tradición de las tradiciones cristianas humanas.
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La confusión es posible porque tanto en las familias que tienen una propia historia como en la Gran Familia que es la Iglesia existen costumbres que con el paso del tiempo se van convirtiendo en auténticas tradiciones familiares, que son muy estimadas y respetadas por los miembros de la familia en cuestión. Más no por eso dichas tradiciones, en general, pueden pretender ser de origen divino; y esto es verdad también para la Iglesia. También el pueblo hebreo tenía muchas tradiciones, y la confusión era posible, y se dio de hecho; y tanto el peligro de la confusión como el hecho de haberse dado fueron puestos de relieve por Nuestro Señor:

    "Se acercaron a él los fariseos y algunos escribas que habían llegado de Jerusalén y vieron a algunos de sus discípulos que comían los panes con manos impuras, es decir, sin lavar. Pues los fariseos y todos los judíos nunca comen si no se lavan las manos muchas veces, observando la tradición de los antiguos; y cuando llegan de la plaza no comen, si no se purifican; y hay otras muchas cosas que guardan por tradición: purificaciones de las copas y de las jarras, de las vasijas de cobre y de los lechos. Le preguntaban, pues, los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no se comportan conforme a la tradición de los antiguos, sino que comen el pan con manos impuras? El les respondió: Bien profetizó Isaías de vosotros los hipócritas, como está escrito:

    "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está bien lejos de mí. En vano me dan culto, mientras enseñan doctrinas que son preceptos humanos.

    "Abandonando el mandamiento de Dios, retenéis la tradición de los hombres. Y les decía: ¡Qué bien anuláis el mandamiento de Dios, para guardar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y quien maldiga al padre o a la madre, sea reo de muerte. Vosotros, en cambio, decís: Si dice un hombre al padre o a la madre lo que de mi parte pudieras recibir sea Corbán, que significa ofrenda, ya no le permitís hacer nada por el padre o por la madre; con ello anuláis la palabra de Dios por vuestra tradición, que vosotros mismos habéis establecido; y hacéis otras muchas cosas semejantes a éstas" (Marcos 7, 1-13. Cfr. Isaías 29, 13; Éxodo 20, 12 y 21, 17).

La confusión entre la Sagrada Tradición y las simples tradiciones cristianas no tiene que deberse a hipocresía, como sucedió en el caso de los escribas y fariseos mencionados por Jesús, sino que puede deberse a falta de la debida diligencia en el estudio de las cosas divinas; y también al temor de atreverse a pensar de manera distinta a lo establecido en las tradiciones y así correr el riesgo de ser vistos con recelo por quienes aceptan y aman dichas tradiciones. Entonces puede pensarse lo siguiente: Más vale no meterse en tales embrollos y vivir tranquilamente. Pero con tal actitud no será posible salir de las confusiones, en caso de que las haya; y siempre puede haberlas.
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Ésa no es la actitud correcta de un teólogo, ni de un exegeta, ni de un investigador, ni de cualquier hombre de bien que ame la verdad. Es triste decirlo, pero algunos sacerdotes adoptan tal actitud ante el riesgo de ser mal vistos por sus superiores y de poner en peligro su carrera eclesiástica. Los laicos no solemos tener este último "peligro" —nuestro Obispo no suele ser nuestro jefe en lo profesional—, aunque podamos tener todos los otros; lo cual debería ser un incentivo para favorecer la labor investigadora de los laicos en los campos de la Teología y de la exégesis. Lo seguro es que todos debemos ser honestos y hacer todo lo posible para no caer en la tentación de adoptar la actitud mencionada, que tiene consecuencias negativas para la vida cristiana, además de implicar al menos algo de cobardía.
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Desde otro punto de vista, lo usual es que las costumbres sean buenas y bien intencionadas en sus inicios, o al menos que sean bien intencionadas —aunque quizá no sean tan buenas—, pues iniciaron como soluciones a circunstancias precisas de determinadas épocas y lugares. Después, la costumbre se convierte en tradición y en algo establecido, tal vez por alguien que tuvo o que tiene mucha autoridad; y finalmente aparece el temor de pensar, hablar, escribir u obrar diversamente de lo establecido. Por tanto, el peligro se hace mayor al final que al principio, porque al final el peligro existe siempre. Al principio, en cambio, quien inicia una costumbre, sobre todo si es alguien con mucha autoridad, todo lo que tiene que hacer es dejar muy claro que se trata de una costumbre humana, a fin de que si llegara a establecerse como tradición no haya la posibilidad de confundirla con la Sagrada Tradición, ni de pensar que tiene origen divino.
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Notablemente, San Pablo fue muy cuidadoso en esto. Y aun así, su autoridad es tan grande que algunos consejos suyos han llegado no sólo a iniciar costumbres que después se convierten en tradiciones y pueden confundirse con la Sagrada Tradición, sino que han llegado a ser considerados como revelados por Dios, tan sólo por pertenecer a la Sagrada Escritura, al no tener en debida consideración las oraciones subordinadas al momento de hacer la exégesis, tal como vimos en el artículo anterior. Si San Pablo nos dio el ejemplo de ser muy cuidadoso en estas cuestiones, nosotros también debemos ser muy cuidadosos, hoy y siempre que hagamos exégesis de la Escritura, aunque a primera vista pueda parecer que no respetamos debidamente la autoridad de Pablo. Hay que respetar la autoridad de Dios antes que la de Pablo.


La cuestión del corazón dividido Celibato y matrimonio.
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Antes de terminar con la exégesis que hemos venido realizando será conveniente analizar un texto más, que ahora nos resultará más fácil; se trata del texto en que San Pablo habla del tema de la división de la persona casada, que también se conoce como de la división del corazón:

    "Yo os querría libres de cuidados. El que no tiene esposa se cuida de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor; pero el que tiene esposa se cuida de las cosas del mundo, de cómo agradar a su esposa, y está dividido. Y la mujer no casada y la doncella piensa en las cosas del Señor, para ser santa en cuerpo y espíritu; pero la casada piensa en las cosas del mundo, en cómo agradar al marido. Esto os lo digo para vuestra utilidad, no para tenderos un lazo, sino mirando a lo digno y a lo que une al Señor, sin distracciones" (1 Corintios 7, 32-35).

En este pasaje Pablo dice, una vez más, lo que él querría, en general, de los destinatarios de sus cartas, y no lo que el Señor quiere de cada uno: Yo os querría libres de cuidados. Y termina también diciendo lo que él les dice: Esto os lo digo... Se trata de cosas que Pablo quiere y dice, y no de cosas que el Señor quiera o diga. Y aun así, lo dicho por la Sagrada Escritura es verdad, y goza de la inerrancia, pues es verdad que Pablo quiere y dice tales cosas; pero tales cosas, queridas o dichas por Pablo, no gozan de la inerrancia de la Escritura. Esto no significa que Pablo quiera cosas malas, ni que diga cosas falsas, sino simplemente que tales cosas no gozan de la inerrancia de la Escritura. Pablo dice prácticamente lo mismo del hombre y de la mujer, con mínimas variantes. Desglosémoslo, y hagamos una síntesis y un paralelismo:

    a) "El que no tiene esposa se cuida de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor; pero el que tiene esposa se cuida de las cosas del mundo, de cómo agradar a su esposa, y está dividido".

    b) "Y la mujer no casada y la doncella piensa en las cosas del Señor, para ser santa en cuerpo y espíritu; pero la casada piensa en las cosas del mundo, en cómo agradar al marido".

    c) La persona que no está casada se ocupa en las cosas del Señor, en cómo agradar al Señor, para ser santa en cuerpo y espíritu; pero la casada se ocupa en las cosas del mundo, en cómo agradar a su cónyuge, y está dividida.

    d) La persona casada que no tiene hijos se ocupa en las cosas del cónyuge, en cómo agradar al cónyuge, para dársele en cuerpo y espíritu; pero la que tiene hijos se ocupa en las cosas del hogar, en cómo agradar a sus hijos, y está dividida.

El inciso (c) es una síntesis de los incisos (a) y (b), que desglosan la misma idea para el caso del hombre y el de la mujer. El inciso (d) hace un paralelismo entre la división que hay entre Dios y el cónyuge en la persona casada, y entre la división que hay entre el cónyuge y los hijos en la persona casada que tiene hijos. Pues bien, así como no hay razón por la que sea mejor no tener hijos para dedicarse exclusivamente al cónyuge, tampoco hay razón por la que sea mejor no casarse para dedicarse exclusivamente a Dios. Además, el que se ocupa en sus hijos ciertamente se ocupa en las cosas de su cónyuge, porque los hijos también son del cónyuge y queridos por él. De igual manera, el que se ocupa en su cónyuge ciertamente se ocupa en las cosas de Dios, porque el cónyuge también es hijo de Dios y querido por Él: Dios quiere que el hombre y la mujer procreen y se multipliquen hasta henchir la Tierra, y que dominen la Tierra con su trabajo (cfr. Génesis 1, 27-28).
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Falta aclarar cuáles sean esas cosas del Señor, en las que se ocupa la persona célibe, mencionada en (c); y también cuáles sean —en el paralelismo— esas cosas del cónyuge, en las que se ocupa la persona casada que no tiene hijos, mencionada en (d). Digamos que estas últimas son las de estar con el cónyuge y ayudarle en su trabajo. Paralelamente, las primeras deben ser las de estar con el Señor y ayudarle en su trabajo, o también: estar con el Señor y evangelizar. En efecto, San Pablo pedía el celibato real para dedicarse a la evangelización en la época de un cristianismo que nacía. He aquí el nuevo desglose, más el novedoso inciso (g):

    e) La persona que no está casada se ocupa en las cosas del Señor, en cómo agradar al Señor —estar con Él y evangelizar—, para ser santa en cuerpo y espíritu; pero la casada se ocupa en las cosas del mundo, en cómo agradar a su cónyuge, y está dividida.

    f ) La persona casada que no tiene hijos se ocupa en las cosas del cónyuge, en cómo agradar al cónyuge —estar con él y ayudarle en su trabajo—, para dársele en cuerpo y espíritu; pero la que tiene hijos se ocupa en las cosas del hogar, en cómo agradar a sus hijos, y está dividida.

    g) La persona casada que ya no tiene nuevos hijos se ocupa en las cosas del cónyuge, en cómo agradar al cónyuge —estar con él y ayudarle a educar cristianamente a los hijos mayores—, para dársele en cuerpo y espíritu; pero la que tiene nuevos hijos se ocupa en las cosas del hogar, en las labores de la lactancia, y está dividida.

En el inciso (g) hemos considerado que la persona casada, que le ayuda a su cónyuge en su trabajo, le ayuda precisamente a educar cristianamente a sus hijos mayores. Y entonces, si sigue teniendo nuevos hijos tendrá que ocuparse también en las labores hogareñas de la lactancia, y así estará dividida. El paralelismo entre (e) y (g) es más completo que el que hay entre (e) y (f), porque evangelizar es ayudarle a Dios a educar cristianamente a esos hijos suyos que son los gentiles. Sin embargo hay una diferencia, porque si los cónyuges no tienen nuevos hijos, su familia ya no tendrá más hijos; en cambio, si los célibes no le dan a Dios nuevos hijos, no por eso la humanidad se quedará sin nuevos hijos, ya que al menos los casados seguirán dándole nuevos hijos a Dios.


El corazón no se divide con la división de las actividades Celibato y matrimonio.
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La persona que atiende a la vez a su cónyuge y a sus hijos pequeños está dividida en su actividad, pero no en su corazón; porque su cónyuge quiere que atienda a los hijos mutuos, y porque ella ama a su cónyuge con obras, ya que un amor sin obras está muerto. De igual manera, la persona que atiende a la vez al Señor y a su cónyuge está dividida en su actividad, pero no en su corazón; porque el Señor quiere que ame a su cónyuge y le dé hijos a su familia y a la Iglesia, con lo cual le da hijos también a Dios. Nuevamente se ve que los célibes no tienen un conocimiento connatural de la vida conyugal. Si el amor al cónyuge dividiera el corazón del cristiano, lo dividiría también el amor al prójimo; pero hay obligación cristiana de amar al prójimo, y el cónyuge y los propios hijos son los primeros prójimos a los que se debe amar; luego, el amor del cónyuge no divide el corazón.
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De esto José y María nos dieron acabado ejemplo, pues ni el corazón de María estuvo dividido entre el Señor y José, aunque amara a José plena y ordenadamente; ni el corazón de José estuvo dividido entre el Señor y María, aunque amara a María plena y ordenadamente. El amor siempre une, nunca desune ni divide. No porque Dios realizara y amara plenamente a su Creación empezó a haber división en el amor que las Divinas Personas se tienen entre sí. Lo que se divide es la actividad de los humanos, en un lugar y en otro, en un tiempo y en otro, en unas circunstancias y en otras, y eso les sucedió también a José y a María; pero eso nada tiene qué ver con el amor, ni implica una división del corazón, sino que la división de su actividad sólo es la natural consecuencia de ser creaturas limitadas e inmersas en dimensiones espacio-temporales.
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Llegamos así finalmente a lo mismo, ya que el corazón humano no tiene por qué dividirse en el casado entre el amor a Dios y el amor al cónyuge y a los hijos, del mismo modo que no tiene por qué dividirse en el célibe entre el amor a Dios y el amor a los evangelizandos. Y nuevamente queda claro que no hay fundamento sólido para sostener que la supuesta y famosa superioridad del celibato sobre el matrimonio esté revelada por Dios.


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