Vocaciones eclesiales.
LA IGLESIA SIEMPRE SE SOBREPONE A SUS MALES

No te enojes con la Iglesia (12)



Vocaciones eclesiales.
Domingo 31 de octubre de 2004.

Autor: Paulino Quevedo.
Dr. católico, filósofo, laico y casado.


Hola, amigos:

Es más amable sostener que entre el matrimonio, el celibato y el sacerdocio hay ordenamiento con fundamento trinitario, en vez de jerarquía de superioridad e inferioridad.


Breve preartículo
Vocaciones eclesiales.
Hemos visto en los artículos anteriores que en el Concilio de Trento se lanzó un anatema contra el que dijera que el estado de celibato apostólico o por amor al Reino de los Cielos —al que a mí me gusta llamar celibato real, de realeza— no es superior al estado de matrimonio (inciso 13 de la lista de aquí abajo); con lo cual se colocaba a los casados en estado de inferioridad respecto a los célibes. Vimos también que tal anatema ha sido considerado como una definición infalible o como una solemne definición de fe divina, tal como lo dijo el Papa Pío XII en la Sacra virginitas. Yo he sostenido que tal consideración es incorrecta, ya que los anatemas no son definiciones dogmáticas, dado que éstas son irreformables, y los anatemas no lo son; y que, por tanto, esa cuestión sigue abierta a la investigación teológica. En el presente artículo propondré algo que considero mejor en relación con dicha temática.
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De otra parte, al inicio de este artículo, y de muchos otros, digo en letras rojas que "el Magisterio de la Iglesia tiene la última palabra en cuestiones doctrinales". La cuestión de la superioridad del estado de celibato sobre el de matrimonio ciertamente es una cuestión doctrinal; y ahora yo estoy proponiendo algo diferente a lo que ha enseñado el Magisterio durante siglos. Parece, pues, que no respeto esa última palabra del Magisterio, que digo respetar.
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El Magisterio sin duda tiene la última palabra en cuestiones doctrinales, si quiere decirla, y con la fuerza que quiera decirla, ni más ni menos. Por ejemplo, no hay que tomar una opinión pía como si fuera una definición dogmática, ni una definición dogmática como si fuera una opinión pía. Mientras no sea claro que algo es revelado por Dios, hay libertad de pensar lo contrario, es decir, la cuestión está abierta a la investigación teológica, sin intención docente; y es labor de los teólogos tratar de ayudar al Magisterio con este tipo de investigaciones, poniéndolas a su consideración. Y los investigadores no tienen por qué usar siempre un lenguaje de estilo subjetivo, dubitativo o hipotético: "En mi humilde opinión...", "Si a otros no les parece mal yo diría que...", "Para mí, que soy falible...", etcétera, etcétera.
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Si se usaran estilos de ese tipo difícilmente podría saberse cuándo el autor duda y cuándo no, o qué certeza tiene de lo que dice, además de que tendría que hacer continuos circunloquios empalagosos e insoportables. El autor puede hablar directamente sobre la realidad objetiva e incluso expresarse con aplomo, sobreentendiendo que se puede equivocar y que reconoce la autoridad doctrinal del Magisterio. Así procuro hacerlo yo, y por eso me permito pensar y hablar libremente sobre la realidad objetiva, incluso con aplomo, acerca de temas que no están claramente revelados por Dios; y no por eso dejo de reconocer la autoridad doctrinal del Magisterio, aun cuando exprese alguna opinión que le sea distinta. De no hacerlo así, la ayuda que los teólogos le ofrecen al Magisterio sería muy pobre; se reduciría sólo a adornar lo que se repite.
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Aunque los artículos de esta serie pueden leerse independientemente, hay entre ellos una relación; debido a lo cual se aprovechará mejor la lectura de cada uno si se relaciona con la de los otros, que pueden encontrarse activando el vínculo que se ofrece en seguida:

No te enojes con la Iglesia Vocaciones eclesiales.


Cuerpo del artículo Vocaciones eclesiales.
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Aquí, en el inicio del cuerpo del artículo, lo mismo en éste que en los siguientes artículos de esta serie, reproduciré, para tenerla a la vista, la lista de 20 males que representativamente se han dado en la Iglesia a lo largo de su historia; lista que fue elaborada en el artículo Algunos males que se han dado en la Iglesia. De esta forma será más fácil referirse a cualquiera de ellos, por el número que ocupa en la lista, siempre que sea conveniente. He aquí la reproducción de la lista:

  1. Ya entre los Apóstoles, Judas traicionó al Señor, Pedro lo negó y todos lo abandonaron en la Cruz, excepto Juan.
  2. Aparecieron las herejías.
  3. Los Pastores adquirieron poder temporal.
  4. Los Pastores adquirieron riquezas y tierras.
  5. Se permitió que el pueblo fiel permaneciera en el analfabetismo, a pesar de que éste no existiera en el pueblo hebreo.
  6. La obra redentora dejó de enfocarse de manera antropocéntrica, porque equivocadamente la fueron enfocando de manera sacrocéntrica, y todo se fue haciendo difícil.
  7. La moral se fue haciendo rigorista y represiva, y también laxa; sobre todo rigorista y represiva en lo sexual, y laxa en lo referente a las riquezas.
  8. Los Pastores provocaron los dos grandes cismas, el de Oriente y el de Occidente.
  9. La Santa Sede adquirió ejércitos.
  10. Se lanzaron las Cruzadas.
  11. Se lanzó la Inquisición y millares de personas murieron en la hoguera.
  12. Los anatemas se usaron profusamente y se confundieron con definiciones dogmáticas, que son infalibles; y por eso se consideraron como infalibles algunas enseñanzas que no lo eran.
  13. Los Pastores implícitamente se declararon superiores a los simples fieles, anatematizando al que dijera que el celibato no es superior al matrimonio.
  14. Las facultades de Teología estuvieron cerradas a las mujeres y a los laicos prácticamente hasta el tiempo del Concilio Vaticano II.
  15. Se abrió la posibilidad de anular matrimonios en cantidades escandalosas; y muchas de esas anulaciones son verdaderos divorcios disfrazados, que han destrozado multitud de familias cristianas.
  16. Se han atropellado algunos derechos humanos, como el de libertad religiosa, el de opinión, el de expresión y el derecho a la información.
  17. Muchos Pastores se han hecho prepotentes, se han otorgado fueros a sí mismos y, entre ellos y el clero en general, han cometido muchos abusos y dado muchos escándalos.
  18. Se ha permitido, y hasta favorecido, la pena de muerte y la llamada guerra justa.
  19. La investigación teológica está en la actitud de "la bien pagada", exagerando el valor del tomismo y arrastrando doctrinas teológicas que hoy son insostenibles.
  20. Consecuencia del inciso anterior es el desprestigio de la Teología en el mundo científico de hoy.

Citas bíblicas contenidas en el anatema de Trento Vocaciones eclesiales.
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En el texto del anatema lanzado por Trento se citan, como refuerzo, algunos pasajes de la Sagrada Escritura. Reproduzco en seguida el texto del anatema, a fin de tenerlo a la vista:

    "Si alguno dijere que el estado conyugal debe anteponerse al estado de virginidad o de celibato, y [et] que no es mejor y más perfecto permanecer en virginidad o celibato que unirse en matrimonio (cf. Mt. 19, 11 s; 1 Cor. 7, 25 s, 38 y 40), sea anatema".

    Denz

    ., n. 980; Denz.-Sch., n. 1810. Del Concilio de Trento, sesión 24, canon 10).

    Quiero precisar y aclarar que para caer en el anterior anatema es preciso afirmar dos cosas, una y —et— la otra, a saber: que el estado conyugal debe anteponerse al estado de virginidad o de celibato, y —et— que no es mejor y más perfecto permanecer en virginidad o celibato que unirse en matrimonio. Ahora bien, yo no afirmo que el estado conyugal deba anteponerse al de virginidad o de celibato —de modo que sea mejor o peor—, sino que entre el estado de celibato y el de matrimonio hay sólo ordenamiento, no jerarquía. Así, pues, de ninguna manera afirmo lo primero, y por lo mismo no afirmo ambas cosas, una y la otra, y por tanto el anatema no se me aplica.
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    Ahora será conveniente revisar los pasajes de la Escritura citados en el anatema, a fin de analizar su contenido. Comenzaré por las citas a la epístola de San Pablo, y después pasaré a la de San Mateo. He aquí los citados textos de San Pablo:

      "Acerca de las vírgenes no tengo precepto del Señor; pero puedo dar consejo, como quien ha obtenido del Señor la misericordia de ser fiel. Estimo —existimo—, pues, que por la instante necesidad es bueno que el hombre quede así: ¿Estas ligado a mujer? No busques la separación. ¿Estás libre de mujer? No busques mujer. Si te casares, no pecas; y si la doncella se casa, no peca; pero tendréis así que estar sometidos a la tribulación de la carne, que quisiera yo ahorraros" (1 Corintios 7, 25-28. Las itálicas son mías).

      "Quien, pues, casa a su hija doncella hace bien, y quien no la casa hace mejor. La mujer está ligada por todo el tiempo de vida de su marido; mas una vez que se duerme el marido, queda libre para casarse con quien quiera, pero en el Señor. Más feliz será si permanece así, conforme a mi consejo, pues también creo tener yo el Espíritu de Dios" (1 Corintios 7, 38-40).

    Como puede claramente verse en estos textos, los consejos de San Pablo son sólo suyos, personales, pues él mismo dice que acerca de las vírgenes no tiene precepto del Señor, sino que él lo estima así; y en consecuencia estos consejos no pueden ser considerados como revelados por Dios. Lo que Dios revela es sólo que Pablo da esos consejos, y que los da sólo a título personal; y en relación con esto haré una exégesis más detallada en el siguiente artículo. No hay en estos textos una revelación divina que diga que el estado de celibato es superior al de matrimonio. Ésta es una interpretación muy forzada de los textos; es decir, hace falta querer interpretarlos así. No obstante, si el Magisterio quiere definir dogmáticamente que ésa es la interpretación correcta de estos pasajes, no hay problema: ¡que lo defina! Pero el hecho es que no lo ha definido, sino que sólo ha lanzado un anatema. No se trata, por tanto, de una verdad de fe; y por eso la cuestión sigue abierta a la investigación teológica.
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    Además, si todos siguieran los consejos de San Pablo, haciendo lo que él estima mejor, en pocos años la humanidad se extinguiría. Si estos consejos fueran divinos, para evitar la extinción de la humanidad sería necesario que muchos vivieran sin buscar lo mejor, es decir, que vivieran con una... ¿santidad de segunda categoría, la de los menos generosos, la de los casados? Eso en realidad iría contra la llamada universal a la santidad —que siempre es de primera categoría— y contra la misión que Dios les dio al hombre y a la mujer al momento de crearlos.


    Cita del Evangelio de San Mateo Vocaciones eclesiales.
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    Vayamos ahora al pasaje del Evangelio de San Mateo citado en el anatema de Trento. Lo reproduzco con un poco más de holgura a fin de poder captar mejor su contexto:

      "El les respondió: Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres a causa de la dureza de vuestro corazón; pero al principio no fue así. Sin embargo yo os digo: cualquiera que repudie a su mujer —a no ser por fornicación— y se una con otra, comete adulterio. Dícenle los discípulos: Si tal es la condición del hombre con respecto a su mujer, no trae cuenta casarse. El les respondió: No todos son capaces de entender esta doctrina, sino aquellos a quienes se les ha concedido. En efecto, hay eunucos que así nacieron del seno de su madre; también hay eunucos que así han quedado por obra de los hombres; y los hay que se han hecho tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien sea capaz de entender, que entienda" (Mateo 19, 8-12).
    En este pasaje Jesús no sólo les dice a los fariseos que los casados cometen adulterio si repudian a su mujer y se unen con otra —doctrina que a su auditorio le parece difícil de cumplir—, sino que además les habla de otra vocación difícil: también hay célibes por amor al Reino de los Cielos. Pero Jesús no dice que el estado de los casados sea inferior al de los célibes. Y aquí volvemos a lo mismo: ésta es una interpretación muy forzada del Evangelio; es decir, hace falta querer interpretarlo así. No obstante, si el Magisterio quiere definir dogmáticamente que ésa es la interpretación correcta, no hay problema: ¡que lo defina! Pero el hecho es que no lo ha definido, sino que sólo ha lanzado un anatema. No se trata, por tanto, de una verdad de fe; y por eso la cuestión sigue abierta a la investigación teológica.
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    Si meditamos el texto detenidamente, notamos que lo que Jesús hace es volver a plantear el matrimonio en su pureza original, como algo muy valioso que fue querido por Dios desde el principio; y después dice que hay un camino nuevo, el del celibato real, y lo deja al entendimiento del que sea capaz de entender; pero en ningún momento dice o insinúa que el celibato real sea superior al matrimonio. Lo que notamos es que hay un cierto nexo al pasar de la incapacidad de entender la doctrina del matrimonio —expuesta por Jesús— a la presentación que hace del celibato real: No todos son capaces de entender esta doctrina, sino aquellos a quienes se les ha concedido. En efecto, hay eunucos... Parece haber una relación entre tal incapacidad de entender y la existencia de los eunucos. ¿Cuál es esa relación? Tratemos de entenderlo; para eso se nos dijo: Quien sea capaz de entender, que entienda.


    Le acercan a Jesús unos niños Vocaciones eclesiales.
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    La clave del asunto está en que son capaces de entender la verdadera doctrina sobre el matrimonio aquellos a quienes se les ha concedido. Tal entendimiento es un don de Dios; entender el matrimonio como un sentido que se le da a la vida es un don de Dios; es decir, el matrimonio es una vocación dada por Dios. Es como si, entonces, Jesús hubiera dicho: Es Dios quien da las vocaciones según su beneplácito; y da también otras. En efecto, hay eunucos... Y en otro momento les da a sus Apóstoles la vocación al sacerdocio. En el texto anterior no hay bases para sostener la superioridad del celibato real sobre el matrimonio. Y a mayor abundamiento, en ese momento le presentaron unos niños:
      "Entonces le presentaron unos niños para que les impusiera las manos y orase; pero los discípulos les reñían. Ante esto, Jesús dijo: Dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí, porque de éstos es el Reino de los Cielos. Y después de imponerles las manos, se marchó de allí" (Mateo 19, 13-15).
    Quienes se los presentaron debieron de ser sus madres, porque entendieron —fueron capaces de entender— que Jesús había defendido a sus familias, y también las había defendido a ellas mismas como esposas; fueron capaces de entender que Jesús amaba enormemente el matrimonio y la familia humana. ¡Qué falta hace que los laicos también hagamos Teología, a fin de que en la Iglesia puedan complementarse y nivelarse ambos puntos de vista!
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    Pero sucedió que cuando esas madres le presentaban sus hijos a Jesús, los discípulos les reñían. Los discípulos, que ya formaban parte de los célibes por amor al Reino, eran menos capaces de entender las maravillas de los niños —y de la familia y del matrimonio— que las madres y los padres de esos mismos niños. Y lo triste del asunto es que así ha seguido siendo hasta el día de hoy: muchos célibes por amor al Reino no acaban de ser capaces de entender las maravillas de la vocación al matrimonio, que Dios amó desde el principio. Por eso la vocación al matrimonio sigue siendo infravalorada, como algo inferior al celibato real.
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    Y es que de tal manera, con mayor o menor conciencia, con mayor o menor rectitud de intención, muchos célibes se creen superiores a los demás; y lo más notable del asunto es que sigan defendiendo los postulados que les aseguran esa posición. En otra ocasión Jesús tuvo que reprender a sus discípulos por discutir entre ellos sobre quién sería el mayor: "Si alguno quiere ser el primero, hágase el último de todos y servidor de todos. Y tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo..." (Marcos 9, 33-37). Y también en esta ocasión, ante la riña de los discípulos hacia los niños, Jesús tuvo que decirles: Dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí, porque de éstos es el Reino de los Cielos. ¿Y cómo puede haber niños —conforme al designio divino—, sino en la familia y gracias al matrimonio? ¿Y cómo poder seguir siendo niños, ya adultos, sino renunciando al afán de ser superiores? ¡A esto hay que renunciar, no al matrimonio, para entrar al Reino de los Cielos!


    Fundamento trinitario de las vocaciones cristianas básicas Vocaciones eclesiales.
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    Dios ha dejado siempre vestigios trinitarios a todo lo largo y lo ancho de su creación, y la buena Teología procura siempre descubrirlos. La Sagrada Escritura menciona que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios, y se ha dicho que así como Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, en el hombre está su persona, su inteligencia y su voluntad. Sin embargo, esta forma de entender la semejanza o vestigio trinitario en el hombre es muy pobre, porque a las tres Personas Divinas corresponden en el hombre dos facultades y sólo una persona. Para que la semejanza sea plena se requieren también tres personas humanas, que se tienen en la familia si se consideran ternas familiares —padre, madre e hijo—, tomando a los hijos uno a uno; lo cual, de otra parte, es una fuerte exigencia de educación personalizada para cada uno de los hijos. Y así, el vestigio trinitario se da con más plenitud en la familia humana que en el hombre o la mujer individualmente considerados.
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    Pues bien, también encontramos un vestigio trinitario en las tres vocaciones cristianas básicas: el matrimonio —ahora elevado a la categoría de sacramento—, el celibato real y el sacerdocio. Las tres vocaciones son igualmente valiosas, sin jerarquía entre ellas —de mejor o peor ni de superior o inferior—, tal como sucede entre las Divinas Personas, porque las tres son vocaciones divinas y tienen sólo un ordenamiento con fundamento trinitario. La vocación matrimonial tiene su fundamento en el Padre, la vocación al celibato tiene su fundamento en el Hijo, y la vocación al sacerdocio ministerial tiene su fundamento en el Espíritu Santo. Estas vocaciones no son químicamente puras, pues tan sólo denotan una determinada tónica, ya que cada una de las tres tiene al menos un poco de la tónica que caracteriza a las otras dos.
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    El Padre es el Ser divino en persona, y la vocación humana más cercana al ser y al poder creador de Dios sin duda es la de procrear, que sólo puede ser auténtica vocación y realizarse moralmente —o conforme al plan de Dios— dentro del matrimonio. Por tanto, el sacramento y la vocación por la que el hombre tiene la semejanza de Dios Padre es el matrimonio. En efecto, por la procreación, en colaboración con la creación divina de las almas humanas, se da el ser a los miembros de la Iglesia. El Papa Juan Pablo II dice lo siguiente: "Entre los numerosos caminos, la familia es el primero y el más importante" (Juan Pablo II, Carta a las Familias, n. 2).
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    Si la vocación que tiene su semejanza en Dios Padre es el matrimonio, la que tiene su semejanza en el Verbo Divino es la de evangelizar o llevar a los hombres la buena noticia de su palabra; lo cual se realiza principalmente en la vocación misionera llevada a cabo por los que viven el celibato por amor al Reino de los Cielos. Son principalmente los célibes quienes van a evangelizar a tierras de misión.
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    La vocación al sacerdocio ministerial es bastante clara, porque se trata de la vocación santificadora por excelencia, pues es principalmente a través del sacerdocio ministerial como la gracia sacramental llega a todos los hombres. Y dado que la gracia nos es conferida por el Espíritu Santo, la vocación al sacerdocio ministerial tiene la semejanza del Espíritu Santo. En síntesis, teológicamente se puede proponer lo siguiente:
    1. El sacramento y la vocación por la que el hombre tiene la semejanza de Dios Padre es el matrimonio.
    2. Al menos principalmente, la vocación al celibato real tiene la semejanza de Dios Hijo.
    3. La vocación al sacerdocio ministerial tiene la semejanza del Espíritu Santo.
    Lo que aquí se propone es algo más amable que la doctrina vigente, que discrimina a los que no son célibes —el grueso del pueblo fiel— y coloca en posición de superioridad a los Pastores, al clero en general y a los religiosos; además de ser una doctrina que no ha sido definida dogmáticamente, sino que tan sólo ha sido avalada por un anatema. Lo que aquí se propone no jerarquiza a las vocaciones cristianas como superiores o inferiores, ni como mejores o peores, sino que tan sólo establece entre ellas un ordenamiento, que es un vestigio del ordenamiento que existe entre las tres Divinas Personas.
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    El descubrir ordenamientos y vestigios trinitarios borra las desigualdades y favorece el amor. No debemos desear ser superiores a los demás, sino amarlos. En el cristianismo todo tiende a nivelarse, a igualarse, porque todos quieren servir al otro, porque lo aman. Así sucede en la Santísima Trinidad, así sucede en la Sagrada Familia, y así debe suceder en nuestras familias y también en esa Gran Familia que es la Iglesia.
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