LA EFICACIA REDENTORA DE LA IGLESIA

No te enojes con la Iglesia (6)



Eficacia redentora.
Domingo 19 de septiembre de 2004.

Autor: Paulino Quevedo.
Dr. católico, filósofo, laico y casado.


Hola, amigos:

El amar o no amar a Dios nos califica en nuestra condición de pecadores, hasta el grado de que nuestros pecados puedan redundar en nuestro propio bien, si amamos a Dios.


Breve preartículo
Eficacia redentora.
Con el trasfondo de que Dios realiza su Obra Magna usando el criterio magnánimo de maximizar los bienes, y no el de minimizar los males, en el artículo anterior vimos que en la Iglesia tiene que haber males. En el artículo presente veremos cómo es que los males, incluido el pecado, colaboran al bien de la Iglesia, de modo que se comprenda mejor la verdad de que la permisión de los males, de parte de Dios, no sólo colabora en la realización del mejor mundo posible, sino también en la realización de la mejor Iglesia posible.
Eficacia redentora.
Al hablar del mejor de los mundos los argumentos se apoyan principalmente en temas filosóficos, como la prevalencia del bien sobre el mal, y la preferencia que debemos darle al bien. Al hablar de la mejor Iglesia, en cambio, y con base en lo anterior, los argumentos se apoyan principalmente en temas teológicos, en pasajes de la Sagrada Escritura, etcétera, pero todo ello visto con nuevos ojos, a sabiendas de que Dios quiere realizar su Obra Magna con el criterio magnánimo de maximizar los bienes, aun al precio de tener que arrastrar muchos males.
Eficacia redentora.
Aunque los artículos de esta serie pueden leerse independientemente, hay entre ellos una relación; debido a lo cual se aprovechará mejor la lectura de cada uno si se relaciona con la de los otros, que pueden encontrarse activando el vínculo que se ofrece en seguida:

No te enojes con la Iglesia Eficacia redentora.


Cuerpo del artículo Eficacia redentora.
Eficacia redentora.
Aquí, en el inicio del cuerpo del artículo, lo mismo en éste que en los siguientes artículos de esta serie, reproduciré, para tenerla a la vista, la lista de 20 males que representativamente se han dado en la Iglesia a lo largo de su historia; lista que fue elaborada en el artículo Algunos males que se han dado en la Iglesia. De esta forma será más fácil referirse a cualquiera de ellos, por el número que ocupa en la lista, siempre que sea conveniente. He aquí la reproducción de la lista: Eficacia redentora.

  1. Ya entre los Apóstoles, Judas traicionó al Señor, Pedro lo negó y todos lo abandonaron en la Cruz, excepto Juan.
  2. Aparecieron las herejías.
  3. Los Pastores adquirieron poder temporal.
  4. Los Pastores adquirieron riquezas y tierras.
  5. Se permitió que el pueblo fiel permaneciera en el analfabetismo, a pesar de que éste no existiera en el pueblo hebreo.
  6. La obra redentora dejó de enfocarse de manera antropocéntrica, porque equivocadamente la fueron enfocando de manera sacrocéntrica, y todo se fue haciendo difícil.
  7. La moral se fue haciendo rigorista y represiva, y también laxa; sobre todo rigorista y represiva en lo sexual, y laxa en lo referente a las riquezas.
  8. Los Pastores provocaron los dos grandes cismas, el de Oriente y el de Occidente.
  9. La Santa Sede adquirió ejércitos.
  10. Se lanzaron las Cruzadas.
  11. Se lanzó la Inquisición y millares de personas murieron en la hoguera.
  12. Los anatemas se usaron profusamente y se confundieron con definiciones dogmáticas, que son infalibles; y por eso se consideraron como infalibles algunas enseñanzas que no lo eran.
  13. Los Pastores implícitamente se declararon superiores a los simples fieles, anatematizando al que dijera que el celibato no es superior al matrimonio.
  14. Las facultades de Teología estuvieron cerradas a las mujeres y a los laicos prácticamente hasta el tiempo del Concilio Vaticano II.
  15. Se abrió la posibilidad de anular matrimonios en cantidades escandalosas; y muchas de esas anulaciones son verdaderos divorcios disfrazados, que han destrozado multitud de familias cristianas.
  16. Se han atropellado algunos derechos humanos, como el de libertad religiosa, el de opinión, el de expresión y el derecho a la información.
  17. Muchos Pastores se han hecho prepotentes, se han otorgado fueros a sí mismos y, entre ellos y el clero en general, han cometido muchos abusos y dado muchos escándalos.
  18. Se ha permitido, y hasta favorecido, la pena de muerte y la llamada guerra justa.
  19. La investigación teológica está en la actitud de "la bien pagada", exagerando el valor del tomismo y arrastrando doctrinas teológicas que hoy son insostenibles.
  20. Consecuencia del inciso anterior es el desprestigio de la Teología en el mundo científico de hoy.


Dios combate el pecado con el pecado mismo
Eficacia redentora.
Cristo padece por nuestros pecados, sin que Él peque; nosotros, en cambio, padecemos por nuestros propios pecados, por los de cada uno, y también los unos por los de los otros; por eso necesitamos ser redimidos y somos miembros de la Iglesia: ¡porque somos pecadores! Conviene ahora analizar cómo y cuáles sean esos padecimientos de Cristo y nuestros —de toda la Iglesia— debidos a nuestros pecados. Tales padecimientos suelen ser castigos y purificaciones. Entre los castigos encontramos algunos relacionados con las fuerzas naturales, como el diluvio, las plagas de Egipto, terremotos, inundaciones y muchos más. Pero en otras ocasiones esos padecimientos consisten en que Dios entrega a los hombres a sus malos deseos y a sus pasiones vergonzosas, como si los entregara a nuevos y peores pecados, tal como puede apreciarse en el siguiente texto de San Pablo:

    "Por esto los entregó Dios a los deseos de su corazón, a la impureza, con que deshonran sus propios cuerpos, pues trocaron la verdad de Dios por la mentira y adoraron y sirvieron a la creatura en lugar del Creador, que es bendito por los siglos, amén. Por lo cual los entregó Dios a las pasiones vergonzosas, pues las mujeres mudaron el uso natural en uso contra naturaleza; e igualmente los varones, dejando el uso natural de la mujer, se abrasaron en la concupiscencia de unos por otros, los varones con los varones, cometiendo torpezas y recibiendo en sí mismos el pago debido a su extravío. Y como no procuraron conocer a Dios, Dios los entregó a su réprobo sentir, que los lleva a cometer torpezas, y a llenarse de toda injusticia, malicia, avaricia, maldad; llenos de envidia, dados al homicidio, a contiendas, a engaños, a malignidad; chismosos o calumniadores, enemigos de Dios, ultrajadores, orgullosos, fanfarrones, inventores de maldades, rebeldes a los padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados; los cuales, conociendo la sentencia de Dios, que quienes tales cosas hacen son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que aplauden a quienes las hacen" (Romanos 1, 24-32).

Es un texto verdaderamente impresionante. ¿Por qué hay ocasiones en que Dios castiga el pecado del hombre entregándolo a nuevos y peores pecados? ¿Por qué Dios castiga el pecado con el pecado? De otra parte, "Diles: Por mi vida, dice el Señor, Yavé, que yo no me gozo en la muerte del impío, sino en que se retraiga de su camino y viva" (Ezequiel 33, 11). ¿Cómo, entonces, Dios castiga al pecador con nuevos y peores pecados, como si quisiera que se hunda en el pecado más y más? ¿O cómo puede Dios ayudar al pecador a que salga del pecado, precisamente entregándolo a nuevos y peores pecados?


Consecuencias redentoras del pecado
Eficacia redentora.
Aunque Dios no peque, parece como si se aliara con el pecado, al menos en contra del pecado mismo. ¿Cómo es eso? No podemos seguir soslayando esta tremenda realidad. Es preciso abordarla, ya... ¡de una buena vez! Sirvámonos para ello del siguiente pasaje de la Pasión:

    "Los hombres que custodiaban a Jesús se mofaban de él y lo golpeaban. Entonces, tapándole la cara, le preguntaban: Profetiza, ¿quién es el que te ha pegado?" (Lucas 22, 63-64).

Podemos imaginar esta escena, en que los guardias cubren el rostro de Jesús y en seguida le dan bofetadas para burlarse de Él, diciendo y pensando: Si eres un Profeta, seguramente podrás profetizar y decir quién de todos nosotros es el que te pega, o si somos varios, o si somos todos. En cuanto hombre, quizá Jesús no sabía quién era el que le pegaba.
Eficacia redentora. Consideremos ahora a ese hombre, a ese guardia, que de tal forma se burlaba de Jesús y lo golpeaba; y formulemos la siguiente pregunta: ¿qué era mayor, el pecado de ese hombre que golpeaba a Jesús, o el mérito redentor que Jesús lograba debido a esos golpes? Indudablemente era mayor, mucho mayor, el mérito redentor. Y cuando en vez de golpear a Jesús con bofetadas, a quien se golpea es a un niño, de cualquier manera, ¿qué sucede? Ciertamente hay pecado, pero... ¿hay también mérito redentor?, y ¿qué es mayor, el pecado o el mérito redentor? El siguiente texto nos puede ayudar:
    "Entonces le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos peregrino y te acogimos, o desnudo y te vestimos? o ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a verte? Y el Rey [el Hijo del Hombre en su Gloria (cfr. vers. 31)] en respuesta les dirá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis. ... Entonces le replicarán también ellos [los de la izquierda]: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, peregrino o desnudo, enfermo o en la cárcel y no te asistimos? Entonces les responderá: En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también dejasteis de hacerlo conmigo" (Mateo 25, 37-45. Las itálicas son mías).
El texto anterior se refiere a cualquier tipo de seres humanos, de los que se dice que son más pequeños no porque fueran de menor edad que Jesús —quien apenas tenía poco más de 30 años— ni porque fueran más pobres —Él no tenía dónde reclinar su cabeza (cfr. Mateo 8, 20)—, sino porque eran y seguirán siendo miembros del cuerpo místico del que Él es Cabeza; por eso también se les califica de mis hermanos más pequeños, y Cristo asegura —en verdad os digo— que lo que se haga con ellos se hace también con Él.
Eficacia redentora.
Estas verdades, afirmadas como tales por Cristo, se explican incluso en su radicalidad objetiva gracias a la peculiar unidad ontológica y a la solidaridad de la Iglesia. Consecuencia de lo cual es que los golpes dados a un niño también tienen un valor redentor que es mucho mayor que el pecado del que lo golpea; y lo mismo puede decirse de cualquier daño que se le haga a cualquier hombre. Cualquier pecado que se cometa en la Iglesia daña a otros miembros de la Iglesia, también debido a su intrínseca solidaridad; y ese daño tiene un valor redentor mucho mayor que el pecado cometido. De lo cual se sigue una notable paradoja cristiana: mientras más pecados se comentan en la Iglesia —en igualdad de circunstancias—, más se intensifica su eficacia redentora.


Gravedad de la tibieza
Eficacia redentora.
¿Qué diremos, entonces: pequemos mucho para incrementar mucho la eficacia redentora de la Iglesia? ¡De ninguna manera! Debemos obrar por amor a Dios, y nuestros pecados son infidelidades. Por eso es importante la cláusula que acabamos de usar: en igualdad de circunstancias. Las buenas obras también tienen valor redentor, y mayor que las malas. Por tanto, en igualdad de circunstancias, si se comete un pecado más, la eficacia redentora de la Iglesia aumenta; pero aumentaría aun más si, en igualdad de circunstancias, en vez de ese pecado se hubiera hecho una obra buena. Se obre bien o se obre mal, la eficacia redentora de la Iglesia aumenta; en lo cual puede apreciarse la maravilla de diseño, la divina Obra Maestra que es la Iglesia. En tales circunstancias, es imposible que las puertas del Infierno prevalezcan contra Ella, en perfecta conformidad con la promesa de Cristo (cfr. Mateo 16, 18). Consignémoslo en forma de tesis:
    "Dado el maravilloso diseño con que Dios hizo a la Iglesia, como Obra Maestra, se obre bien o se obre mal en Ella su eficacia redentora aumenta; y es imposible que las puertas del Infierno prevalezcan contra Ella, en perfecta conformidad con la promesa de Cristo" (Quevedo, P., San José, tesis 422).
Así como Cristo, en cuanto hombre y cubierto el rostro, pudo no saber quién era el que lo golpeaba, así también muchos miembros de la Iglesia ignoran quiénes son los causantes de las heridas que ellos padecen, e incluso pueden ignorar que sus heridas tienen un valor redentor; pero esa ignorancia no quita el valor redentor de esas heridas, que ciertamente es mayor que el pecado de quienes las causan.
Eficacia redentora.
La tesis anterior permite comprender que lo peor en la Iglesia es la tibieza, inactividad o desinterés por lo divino. Ante tal actitud el Verbo Divino podría decir lo siguiente: ¡No me encarné para que tú vivas como un vegetal! Y también se comprende que a algunos pecadores Dios les deje caer en nuevos y peores pecados. Y así se aclara el siguiente par de durísimos textos del Apocalipsis:

    "Ojalá fueras frío o caliente; mas porque eres tibio y no eres caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca" (Apocalipsis 3, 16).

    "El que es injusto continúe aún en sus injusticias, el torpe prosiga en sus torpezas, el justo practique aún la justicia y el santo santifíquese más" (Apocalipsis 22, 11).


Los pecadores podemos amar o no amar a Dios
Eficacia redentora.
Antes de que existiera la Iglesia, la humanidad se hundía cada vez más con los pecados de los hombres; en cambio, desde el instante mismo en que la Iglesia empezó a existir la humanidad se eleva cada vez más, incluso con los pecados de los hombres. Después del pecado de Adán se rompió la persona mística que la humanidad debió haber sido; y así, descabezada, la humanidad se convirtió en un círculo vicioso pecador: hija de la ira (cfr. Efesios 2, 3) del Demonio. La Iglesia, en cambio, es como un redentor círculo virtuoso hecho persona mística recapitulada en Cristo.
Eficacia redentora.
La realidad de estas maravillas se debe a que la Iglesia es una persona mística; si la Iglesia fuera una persona moral, se trataría sólo de un montón de metáforas. Así se explica, también, que a los hombres que no buscan ni aman a Dios se les deje caer en la torpeza de sus concupiscencias, es decir, en nuevos y peores pecados. Es como si Dios le dijera a cada uno: Ya que ni me buscas ni me amas, y que insistes en despreciar mis gracias y mis dones, te dejaré caer en nuevos y peores pecados, en los que tú mismo te buscas, para que con ellos al menos beneficies a la Iglesia.
Eficacia redentora.
Esto significa que los pecados pueden no beneficiar redentoramente al que los comete, por su malicia e impenitencia; lo cual sucede cuando el pecador ni busca ni ama a Dios, sino que lo desprecia; pero también es verdad que los grandes pecados pueden hacer que, al tocar fondo, el pecador sea sacudido y rectifique. Mas también puede suceder que los pecados beneficien redentoramente incluso a la misma persona que los comete; lo cual sucede cuando son pecados de debilidad cometidos por quienes buscan y aman a Dios: "Todas las cosas colaboran al bien de los que aman a Dios" (Romanos 8, 28)... ¡incluso el pecado!
Eficacia redentora.
A este tipo de pecadores el pecado nos hace humildes, porque nos lleva a confiar en Dios incluso más de lo que desconfiamos de nosotros mismos; y también nos ayuda a no juzgar, y a ser comprensivos, solícitos de las necesidades de nuestros hermanos; en una palabra, nos ayuda a vivir la siguiente obra de misericordia: "Sufrir con paciencia los defectos del prójimo" (Catecismo Mayor, prescrito por San Pío X, n, 945, 6). Y así, desde cualquier ángulo que se mire, se comprende que Dios permita que haya pecados en su Iglesia; porque Él —asociando a sus padecimientos a José y a María— es con Ellos la única Trinidad Humana que padece inocentemente. Consignemos otra tesis:
    "En la Iglesia, tal como Dios la diseñó, tanto las obras buenas de los hombres como sus pecados tienen valor redentor. Las obras buenas son para el bien de todos: de los que las hacen y del resto del cuerpo místico. Los pecados son para el bien de los que los cometen, si aman a Dios, y para su mal en caso de que no lo amen; pero en todos los casos son para el bien del resto del cuerpo místico" (San José, tesis 423).
Conforme a las tesis anteriores resulta que no es verdad que este mundo se le vaya de las manos a ese amoroso Dios personal; más bien se le va de las manos al Demonio, porque mientras más y más pecados cometan los hombres, incluidos los mencionados en la lista de aquí arriba, más y más aumenta la eficacia redentora de la Iglesia, por mucho que sea de una manera invisible a nuestros ojos sensoriales. Esto debe de colaborar a la desesperación del Demonio, al ver que sus esfuerzos son contraproducentes. Quizás en esa desesperación se pone furioso y redobla sus esfuerzos, como un loco, sobre todo si "sabe que le queda poco tiempo" (Apocalipsis 12, 12), tal como parece suceder en nuestros días.
Eficacia redentora.
Queda claro, además, que todos colaboran en la Obra Magna de Dios, por las buenas o por las malas, pero que sólo los que lo aman lo acompañan en ese gran proyecto. Gracias al apoyo que nos presta todo lo anterior, en los artículos que siguen ya será más llevadero hablar directamente, con autocrítica constructiva, de los diversos males que se han dado y siguen dándose en la Iglesia.


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