Alcanzar la dicha.
QUE LAS PERSONAS ALCANCEN LA DICHA
No te enojes con Dios (8)



Alcanzar la dicha.
Domingo 17 de noviembre de 2002.

Autor: Paulino Quevedo.
Dr. católico, filósofo, laico y casado.



¿Cómo pueden los santos ser plenamente dichosos en el Cielo si ven sufrir en este mundo a los que tanto aman, pues aman a todos?


Breve preartículo
Alcanzar la dicha.
La pregunta que encabeza este artículo se relaciona con el hecho de que los santos del Cielo se hayan ganado su gloria mientras vivieron en este mundo, como enseña la doctrina católica, a diferencia de lo que enseña la doctrina protestante. Los seres humanos llevamos en este mundo mezcla de mal en nosotros mismos, principalmente las consecuencias del pecado original, como las tendencias desordenadas, la fatiga, la agresividad, las enfermedades, el envejecimiento y la muerte.

Esta realidad es comprobable con sólo mirar nuestro mundo; más aun, es comprobable con sólo mirarse cada uno a sí mismo y a su propia historia. Anhelamos la verdad, el bien, la belleza, la unidad, la dicha; pero caemos en el error, obramos mal, tenemos inclinaciones a la fealdad, vivimos en discordias, no somos dichosos. En gran parte vivimos y obramos en contra de lo que naturalmente anhelamos y somos. Anhelamos eternizarnos, e irremediablemente morimos.
Alcanzar la dicha.
¿Qué diríamos de un reloj que no da la hora, de un automóvil que no arranca, de un barco que no flota? Sin duda diríamos que tienen alguna descompostura, que han sufrido algún daño. Pues algo semejante sucede con el hombre; hay algo que no funciona bien en su naturaleza, pues no logra aquello a lo que por naturaleza tiende; ha sufrido un daño en su naturaleza. Ya podemos anhelar y proyectar todo lo que queramos; ya podemos enamorarnos con locura... ¡Moriremos! La muerte se ha presentado como la gran triunfadora y burladora de todos nuestros anhelos.

La humanidad nunca logró explicar la tragedia humana de anhelar y tener que morir, de anhelar a sabiendas de la futura y segura frustración de los propios anhelos. Por eso los mejores pensadores dijeron que hay que frenar los anhelos y morir serenamente, siguiendo a la naturaleza, pues tan natural es morir como nacer. Y por eso los mejores poetas llegaron a decir que más vale ser mendigo en el mundo de los vivos que rey en el reino de los muertos.
Alcanzar la dicha.
La única explicación razonable de la tragedia humana ha sido la doctrina del pecado original, ya que afirma que es natural nacer, pero que no lo es morir, porque la muerte es sólo consecuencia del pecado, del pecado original, cometido por Adán. La muerte fue al fin vencida, sólo por Cristo. Si Cristo —Cabeza del Cuerpo Místico al que pertenecemos— resucitó, también nosotros —sus miembros— resucitaremos. Dios quiso, en Cristo, desposarse con la humanidad amada en la Iglesia, cuyos miembros somos nosotros. Ésta es nuestra fe y nuestra esperanza, y también la caridad de que hemos sido objeto de parte de Dios.
Alcanzar la dicha.
Aunque los artículos de esta serie pueden leerse independientemente, hay entre ellos una relación; debido a lo cual se aprovechará mejor la lectura de cada uno si se relaciona con la de los otros, que pueden encontrarse activando el vínculo que se ofrece en seguida:

No te enojes con Dios


Cuerpo del artículo
Alcanzar la dicha.
En artículos anteriores de esta serie, concretamente el cuarto y el quinto, y como consecuencia de los anteriores, logramos llegar a conocer por nuestra cuenta el plan básico y general de Dios, y logramos también sintetizarlo y desglosarlo en los siguientes puntos o cometidos:

  1. Crear el mejor de los mundos incluyendo toda la gama de perfecciones.
  2. Crear con criterio magnánimo y por amor.
  3. Que los males desaparezcan al final.
  4. Que las personas alcancen la dicha.

En los tres artículos anteriores hablamos de los primeros tres puntos; ahora corresponde que hablemos del cuarto y último de ellos. En el preartículo hicimos algunos comentarios generales referentes a esta temática, pero, como vimos en el artículo cuarto, lo difícil está en el detalle. Y como esta detallada realidad rebasa con mucho nuestra capacidad de comprensión, lo interesante es observar cómo resuelve Dios el problema de la dicha humana.


Protoalianza y pecado original
Alcanzar la dicha.
El pecado original es quizá la principal fuente de los males de la humanidad. Sin embargo nuestra libertad es lo decisivo; de hecho Adán y Eva pecaron cuando todavía no había pecado original. Uno de esos detalles que nos cuesta trabajo comprender es que Dios permitiera tantos males en la humanidad como consecuencia de haber permitido el pecado original. Hay quienes piensan que Dios diseñó la naturaleza humana de modo que a través de ella pudiera transmitirse el pecado original; pero no es así.

En la Sagrada Escritura encontramos una alianza anterior a la Antigua Alianza, y aun anterior al Protoevangelio (Génesis 3, 15), a la que bien puede llamarse Protoalianza. En ella Dios les da al hombre y a la mujer, a la hora de crearlos, la misión de crecer y multiplicarse (Génesis 1, 27-28), y Él implícitamente se compromete a crear un alma para cada concepción humana. En ese momento sólo existían Adán y Eva, pero la Protoalianza es valedera para todos sus descendientes.
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¿Cómo se extiende la Protoalianza a los descendientes de Adán? Lo hace en la naturaleza humana, por generación natural, por herencia, igual que el pecado original. La existencia de la Protoalianza nos permite comprender que Dios diseñó la naturaleza humana de modo que esta alianza pudiera transmitirse a toda la humanidad, y que sólo permitió que se transmitiera —también— el pecado original. Colateralmente notamos que Dios se comprometió a crear almas humanas sólo para el caso de concepciones, no de clonaciones; no sabemos si Dios creará almas en el caso de clonaciones.

Antes del pecado original había una afinidad entre cuerpo y alma; después del pecado esa afinidad se perdió, y el cuerpo pudo apetecer pecaminosamente contra las leyes del alma; el alma, en cambio, debido a su libertad, pudo querer en contra de sus propias leyes incluso antes del pecado. Por eso Adán pudo pecar.
Alcanzar la dicha.
Al ser concebido cada descendiente de Adán, cada ser humano, en su primera célula está ya el desorden pecaminoso transmitido por herencia. En el solo cuerpo no puede haber pecado. El pecado surge cuando el alma —aun siendo creada por Dios en gracia— en un mismo y único instante informa al cuerpo, se constituye en persona y asume al cuerpo con todo y su desorden pecaminoso, haciéndolo propio, y por tanto verdadero pecado. El hombre, así concebido, tiene como propio un pecado que no cometió personalmente; por eso se habla de culpa original en él, mas no de culpa personal. Aun así, ese pecado impide la vida de la gracia.

En todo esto puede observarse algo del detalle de cómo Dios permitió que surgieran tantos males entre los hombres, en cuyos cuerpos hay tendencias contrarias a las leyes del espíritu. Pero Dios planeó la forma de salvar al hombre.


Eficacia del Bautismo
Alcanzar la dicha.
Las cosas no podían quedar así; Dios no podía permitir que los hombres se perdieran por un pecado que personalmente no habían cometido. En realidad sería algo injusto para el hombre. Por eso ha quedado atrás la doctrina del limbo de los niños, pues se trataría de niños que perderían el Cielo sin tener pecados personales. Y Dios ha sido muy misericordioso con los pecados cometidos bajo la influencia de las malas tendencias derivadas del pecado original, mucho más que con los pecados de soberbia e hipocresía.

Era necesario hacer justicia a los hombres que habían heredado el pecado original sin haber tenido culpa personal, y que, aun así, padecían consecuencias como si la hubieran tenido. Pero hacerles justicia implicaba restaurarles la vida de la gracia. En su proyecto salvador, por tanto, Dios planeó hacernos justicia de un modo que nos hiciera justos a la vez. Esto es lo que sucede al recibir el Bautismo, que tiene la eficacia de liberarnos de la culpa del pecado original y de otorgarnos la vida de la gracia, pero sin librarnos de las tendencias desordenadas heredadas en el cuerpo.
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De tal manera, los hombres hemos quedado en las circunstancias de tener que luchar ascéticamente para no pecar y para obrar el bien; y esa lucha y esas buenas obras, por ser realizadas por hombres que vivimos en gracia, son merecedoras en orden a la consecución de nuestra propia gloria. Con su plan salvador, Dios ha logrado otorgarnos gratuitamente la vida de la gracia, y también ha logrado que podamos merecer y conquistar nuestra propia gloria; a la vez que nos salva, nos hace merecer nuestra salvación.

Dios ha logrado, pues, permitir que haya males entre los hombres, y que esos males sirvan para que merezcamos nuestra salvación y así nuestra gloria sea plena. Y todo su plan salvador forma parte del mundo que quiso crear, que es el mejor de todos los mundos.


Dicha y sufrimiento
Alcanzar la dicha.
En la historia ha habido muchas revelaciones privadas de santos, y de la Virgen María, y de Jesucristo mismo. Y en muchas de esas revelaciones —por no decir que en todas— todos ellos manifiestan su pesar por los pecadores y piden oraciones para que se conviertan a Dios. ¿Cómo pueden ser plenamente dichosos en el Cielo si a la vez sufren al ver las penurias por las que pasamos quienes todavía peregrinamos en este mundo, que somos amadísimos por ellos ahora que nos aman inflamados del amor divino?

Pues no es ninguna novedad; tradicionalmente se ha mencionado esa paradoja cristiana de permitir que la alegría sea acompañada por el dolor. Perfectamente puede suceder, y de hecho sucede continuamente, que alegría y dolor convivan, de forma que ni el dolor mate la alegría, ni la alegría mate el dolor. ¿Cómo se explica esto? ¿Qué dicha celeste es ésa, que convive con el dolor? Es verdad que la Sagrada Escritura dice que al final Dios “enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado” (Apocalipsis 21, 4).
Alcanzar la dicha.
Como hemos venido diciendo, a medida que nos alejamos de lo que nos es conocido y familiar, los detalles del plan de Dios se nos vuelven más y más difíciles de captar. Así lo podemos comprobar por lo dicho en el Apocalipsis, cuyos detalles se nos escapan.

¿Pero qué sucede hoy, cuando no hemos llegado al final y los muertos todavía no resucitan? ¿Cómo es posible la dicha de los santos hoy, cuando en sus revelaciones privadas nos han dicho que padecen por la suerte de los pecadores? Esto mismo sucede en las revelaciones de la Virgen María, quien ya está en el Cielo en cuerpo y alma.
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Toda esta problemática parece aclararse al considerar que Dios permite el mal y el dolor a fin de crear el mejor de los mundos, creando todos los bienes posibles, aunque arrastren males, en vez de evitar todos los males a precio de que se pierdan bienes.

A la luz de esta magnanimidad con que Dios ha querido crear, la aceptación de nuestros males y dolores se nos descubre como algo notablemente positivo, ya que es una forma de colaborar con Dios en el logro del mejor de los mundos. Hay una dicha interna, una peculiar satisfacción en ello, como la de quien ha colaborado en los aspectos difíciles de un gran proyecto.
Alcanzar la dicha.
Un magnífico ejemplo es el de los padres que no le dan a su hijo todo ya hecho, sino que muchas veces lo dejan solo a fin de que aprenda; y en ese proceso lo ven sufrir, cayendo y levantándose, desviándose y rectificando; y sin duda ellos sufren también, pero con la dicha interna de saber que están haciendo lo que deben a fin de darle la mejor educación posible.


Dolor y cruz
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Sin duda Dios podría evitar este tipo de dicha, sazonada con el dolor, pero a precio de que en el mundo no hubiera dolor ni males, y de que, en consecuencia, no fuera el mejor de los mundos posibles, sino un mundo creado con el pusilánime criterio de evitar todos los males aun a precio de perder muchísimos bienes. En tal caso Dios detestaría el mal más de lo que ama el bien. Y nosotros no nos ganaríamos nuestra gloria, sino que seríamos como unos señoritos en el Cielo; y nuestra dicha sería una dicha inmadura, color de rosa.

El mal y el dolor sin duda son elementos de la pedagogía divina, y los santos en el Cielo gozan con una dicha madura al observar el proceso de la pedagogía divina en este mundo, a sabiendas de que tendrá como resultado el mejor de los mundos y la futura y madura dicha, como la de ellos, de quienes son viadores en este mundo. Quienes vivimos todavía en este mundo podemos lograr también esa madura dicha si comprendemos el plan de Dios y colaboramos en él.
Alcanzar la dicha.
Quizá muchos no hayan tenido la oportunidad de llegar a entender el plan de Dios lo suficiente como para comprender que la aceptación del mal y del dolor es una forma de colaborar en él. Pero Dios salió al paso de ese problema, porque no quiso dejarnos solos, sino que su Hijo amado viniera a este mundo a acompañarnos en el dolor, y de máxima manera, muriendo en la Cruz por amor a nosotros. Y desde entonces, en el plan salvador de Dios, el dolor ha adoptado la forma de cruz.

Y así, aunque para el hombre pueda ser difícil entender más a fondo el plan de Dios, ciertamente le es fácil, contemplando la Cruz, llegar a comprender el amor que Dios nos tiene. Y entonces querrá corresponderle a Dios ese amor imitando la generosidad de su Hijo, acompañándolo ahora él a Él en su Cruz, sobrellevando con alegría el dolor y los males de este mundo.
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Surge así la aceptación del dolor, ahora convertido en cruz, por un motivo tan amable como lo es la imitación de Cristo. Lector amigo, ¿será posible que todavía quieras enojarte con Dios?


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